Historias de A Coruña | Feria del Libro Antiguo SUS ANTECEDENTES FUERON LAS BARRACAS DEL RELLENO La muestra se ha forjado a lo largo del tiempo. El cuidado puesto por algunos vendedores ha conseguido que la exposición viva
23 ago 2003 . Actualizado a las 07:00 h.Todo comenzó en la posguerra, cuando un pugnaz librero aragonés apellidado Santos instaló una barraca de libros en el Relleno, como complemento al tiro al blanco, los coches de choques y las tómbolas donde nunca tocaba nada, excepto un paquete de galletas resesas y una muñeca de cartón. Santos era, asimismo, dueño de una librería y papelería en la calle de San Andrés. Su suegra atendió, a partir de los 50, una tienda de libros de segunda mano en el número 5 de la calle Cordelería, que se cerró a comienzos de los 60. También hay que citar al viejo Matías, un elemento bohemio y estrafalario que se instaló en un portal de la plaza de Pontevedra y que saltó a la fama al vender a bajo precio un libro de gran valor a un universitario peruano. Editorial antifranquista En 1964 se instaló en un portal de la calle de la Galera Eduardo Hernández, que simultaneaba la venta de libros de ocasión con otro en la Rúa del Villar de Santiago. Los libros más apetitosos eran los de la editorial antifranquista Ruedo Ibérico, que estaban prohibidos y se editaban en París. Entre los clientes veraniegos de Eduardo estaba Pío Cabanillas, que fue subsecretario y ministro de Información de Franco. En 1979, tras sufrir un infarto, Hernández dejó la librería compostelana y se vino para A Coruña, trasladándose a otro bajo, a escasa distancia del anterior, que funcionó hasta hace poco y donde vendía, también, libros nuevos y prensa. Otro portal destacable fue el de Mazorra, en Angel Rebollo, y el pequeño almacén de Carracedo en un primer piso de la Galera. A finales de los 70, funcionó, junto a la torre de los maestros, en Juan Flórez, una galería de objetos de segunda mano con un apartado dedicado a los libros. Procedente de allí, se instaló años después en la calle de la Franja una tienda llamada Pequeña Galería , atendida por doña Lolita. Ya en la década de los 80 se abrió Moucho , en la calle de la Amargura, y más tarde la librería Ayuntamiento , en Riego de Agua 16, regentada por Paco Ameneiro, que la amplió a otra, con el mismo nombre, hoy ya cerradas, igual que Vetusta , del marino y escritor Rodolfo González, en la calle de la Torre, trasladada después con el mismo nombre al casco viejo de Santiago. Últimas librerías Entre las últimas librerías abiertas de ocasión están El Rastro , en la calle de San José -ocupa el vestíbulo del que fue cine Hércules, temido por la voracidad de sus pulgas- y El baúl de los recuerdos , en la ronda de Outeiro, de las que son propietarios los hermanos Walter y Fernando Gómez. En cuanto a libro antiguo sólo funciona una en A Coruña, que es Incunable , en unas galerías entre las calles Real y Galera. Fue abierta en los años 90 y su propietaria es Mariela Lorente. Una interesante muestra de libros viejos, e incluso antiguos, fue la ofrecida a partir de mediados de los 70 por el rastrillo de María Pita que, a su vez, tuvo como antecedente la reunión de filatélicos en los portales del Ayuntamiento durante los años 50. El rastrillo comenzó ofertando sellos, discos, monedas, libros y otros objetos de coleccionismo, pero luego degeneró en un baratillo de pueblo, pues algunos ambulantes vendían estufas, armarios, neveras y orinales. Con motivo de la construcción del aparcamiento subterráneo, el Ayuntamiento lo eliminó en 1988, trasladándolo, aunque sólo algunos puestos, a los alrededores del mercado de San Agustín. Ferias privadas y oficiales La primera feria de libro antiguo y de ocasión se celebró en 1987. Fue organizada en los jardines de Méndez Núñez por Paco Ameneiro, y acudieron, a ella y a las posteriores, libreros de toda España. En 1991, la Consellería de Cultura de la Xunta se hizo cargo de la feria, organizándola la Federación de Libreiros de Galicia. La exposición se reanuda en 1992, en el mismo lugar y con algunos libreros nuevos. Entre sus pregoneros, destacó Carlos Martínez-Barbeito, que hizo un canto a las viudas, a las que consideró importantes suministradoras de los libreros, ya que «no está frío el cadáver de su marido cuando ya andan pensando desembarazarse de su biblioteca, pues ocupa mucho espacio en el piso».