El parque del monte de San Pedro, 200.000 metros cuadrados de verde, es además de extraordinario mirador, pulmón y testigo de la historia reciente de la ciudad.
21 ago 2002 . Actualizado a las 07:00 h.«Si España hubiese entrado en la Segunda Guerra Mundial, A Coruña sería tan famosa como Navarone. Algún comando aliado habría venido a destruir los cañones. Y sería un buen argumento para rodar una película». Ignacio Pastor, uno de los miles de turistas que ya ha visitado el monte, sentencia de esta manera algo en boca de muchos visitantes. «Un parque de esta magnitud frente al mar, y con esos dos cañones. Esto es algo único en el mundo, ¿verdad?». Sobre las baterías que un día amenazaron con hacer llover fuego sobre los aliados, hoy juegan los niños y se hacen fotos los turistas. En San Pedro el tamaño sí importaba, y mucho. Los descomunales cañones que gobernaron la costa coruñesa durante décadas podían alcanzar a un crucero a 35 kilómetros de distancia. Hoy, también debido al tamaño, priman las fotos panorámicas que comparan la figura humana con las moles de hierro, pintadas para hacer juego con el césped perfectamente cortado sobre el que descansan. El laberinto del elefante Frank Feldmeier visita por primera vez el parque. El carrete de la cámara se agota tras disparar contra la nueva estrella del monte, un laberinto vegetal de 2.000 metros cuadrados. En vez de Minotauro, en su interior esconde un elefante tallado en seto. «¿Cómo puede resistir un simple muro de seto el viento que sopla aquí?», pregunta. La respuesta hay que buscarla en Italia. Desde allí se trajo la Eleagnus x ebbingei limelight , una clase de seto que soporta extraordinariamente los azotes del viento y forma una particular defensa azzurra para la nueva encrucijada. El objetivo de Frank se centra ahora en una verdadera colonia de gaviotas que ocupa una de las rocas cercanas al monte. Donde ahora apoya su rodilla, el parque está sembrado de plumas blancas. Tres semanas antes, la niebla y la llovizna se unen para dejarme solo en el monte. Soy el único visitante. No se ve más allá de veinte metros, pero se les escucha. «Todas las mañanas decenas de gaviotas pasean por el parque», relata Ramón Sineiro, biólogo y uno de los encargados de la caseta de información. Una nueva pregunta de Frank me devuelve a la realidad: «¿Qué es aquello?». Su dedo señala, inmisericorde, a uno de los capítulos más negros de la reciente historia de la ciudad. Frente al parque, amenazante pero ya tranquilo, descansa lo que una vez fue el vertedero de Bens. Al fondo, las chimeneas de la refinería y el fuego sobre ellas recuerdan vagamente a Blade Runner . Allí, junto a las chimeneas y sobre Bens, está el futuro: el parque de San Pedro continuará creciendo hasta unirse con Bens y formar el parque Atlántico, que está llamado a ser el Central Park coruñés. Pero San Pedro es mucho más que eso. Central Park no tiene halcones peregrinos campando a sus anchas. Una pizarra avisa al visitante que un ejemplar ha pasado a prepararse el menú. «Debe tener su nido por aquí cerca. Y esto es una parte de su territorio de caza», explica Ramón. La zona verde supera los 200.000 metros cuadrados, y cuenta con un estanque lleno de patos que también tienen su historia. Tras un surrealista robo, que hizo desaparecer a casi todos los ánades -sólo sobrevivió uno-, los responsables del parque decidieron sustituir los extraviados por otros nuevos. Pero, entre tanto, el superviviente se había autocoronado rey del estanque, y mantuvo a raya a todos los novatos durante un mes. En treinta días, los nuevos no pudieron pisar el agua y tuvieron que dar vueltas por el parque. ¿No hay bus urbano? La cruz del parque: «es incomprensible, no hay buses urbanos que conecten el monte con la ciudad. Quiero pasear, no escalar el K-2», se queja Pilar, que ha venido desde Andalucía a visitar la ciudad. «Es la queja más frecuente entre los turistas que conozco. Ninguno se explica cómo puede ocurrir», asegura. Guardián del cielo Rodeado de árboles japoneses, en el Jardín del capitán , se puede leer con tranquilidad El Señor de los Anillos o a Harry Potter , antes de continuar con el recorrido. Al levantar la vista del libro, un parapente se desliza sobre el césped antes de lanzarse al vacío. San Pedro es su autopista hacia el cielo coruñés. Y las cámaras, a la caza del parapente. El futuro reserva varias sorpresas al parque, además de su unión con el de Bens. A corto plazo, un restaurante acristalado en forma de "L" rematará el mirador. Solomillo, Ribera del Duero y las mejores vistas de la ciudad. Suena bien. Y una vez esté rematado el paseo marítimo, que llegará hasta O Portiño, será también posible subir hasta el parque en ascensor panorámico: una bola esférica totalmente acristalada, de diseño futurista y 20 toneladas de peso, unirá el paseo con el parque. Como intuían los visitantes, el monte es algo único; un parque, un pulmón verde, una puerta al cielo, un escenario que podría ser cinematográfico y un extraordinario mirador: un verdadero arsenal de vistas.