«Los ricos son cada vez más ricos; y los pobres, más pobres»

La Voz

A CORUÑA

Texto: CÉSAR CASAL GONZÁLEZ. Foto: XURXO LOBATO FEMENINO Y SINGULAR Aida Ramos, ex-delegada de Manos Unidas en A Coruña

01 abr 2001 . Actualizado a las 07:00 h.

Aunque nació en Extremadura, ella sólo es extrema y blanda. Fue durante 26 años delegada de Manos Unidas en A Coruña. Es Aida Ramos, a quien el Grupo Voz y la Fundación Fernández Latorre entregaron el premio Voces del Año de la solidaridad. Cree que «los ricos son cada vez más ricos; y los pobres, más pobres». Mujer vital, tiene claro que «todo el mundo puede ayudar a mejorar las cosas». Le encanta viajar. Vivió en Barranquilla por el trabajo de su marido. Aprendió a coger lo mejor de cada sitio, «de los gallegos, su carácter bueno, sencillo y lleno de valores; lo malo es igual en todas partes». Tiene un punto a lo Doris Day. Aida Ramos tiene un lunar a dos caricias de su boca. Sus ojos son de puro verde y grandes como lagos. Su acento delató un pequeño deje extremeño, «pero soy gallega, llevo aquí 31 años». Las lunas crecientes de sus uñas están pintadas de agresivo malva. Habla del tercer mundo con la familiaridad de quien le ha entregado mucho como delegada que fue durante 26 años de Manos Unidas en A Coruña. -¿Cómo fueron sus inicios en la solidaridad? -Desde la Universidad (tiene estudios de Filosofía y Letras) siempre me interesó mucho lo social. Entonces se le ponían apellidos como paternalismos y demás, pero a mí me gustaba ayudar. -¿La forma de cooperar habrá cambiado mucho? -Sí (prosigue con su relato), la cooperación ha cambiado mucho. Atendía un barrio con un grupo de personas, cuando una compañera me llevó a donde se hablaba de justicia y paz. Era Manos Unidas. Empecé en la base. Me pasé siete años llevándole las notas a la prensa. (Se ilusiona). No llegabas a los periodistas. Se las dejabas al conserje. Me dediqué a escuchar y aprender. Entonces ya hablábamos de hombres que se morían de hambre, dábamos las cifras. Ahora se siguen muriendo de hambre, pero no por eso hay que dejar de luchar. Aunque es cierto (lo dice con un mohín de disgusto) que los ricos son cada vez más ricos; y los pobres, más pobres. -Así ¿hasta ser delegada? -Tomé el relevo de Lola García. Todas las que han sido delegadas de Manos Unidas viven, desde Sofía Fojón, María Teresa Fernández Cuevas y Lola García. Me daba miedo asumir la responsabilidad. La responsabilidad siempre me ha asustado. Lo pensé mucho y me animó mi marido. Su marido nació en una fábrica de cerveza y se dedicó siempre al negocio de la espuma. Fue director técnico de Estrella Galicia. La llevó por el mundo adelante hasta Barranquilla (Colombia) o Palma de Mallorca. «Teníamos un espíritu aventurero», confiesa. -¿Qué campañas tienen en marcha? -En Manos Unidas trabajamos en dos líneas. Primero buscamos inquietar, que la gente se sienta involucrada. La educación para el desarrollo es vital. Enseñamos lo de la caña para aprender a pescar en vez de darles el trabajo hecho. Después pasamos a lo práctico y tenemos proyectos concretos en 62 países: agrícolas, sanitarios... Manos Unidas realiza más de mil proyectos de desarrollo al año. Nosotros creemos (coge aire y dice llena de razón) que el mundo se transformará cuando nosotros nos transformemos. Hay que cambiar el corazón de cada uno. -¿Ahora las ONG parecen empresas? -(Arrugas de preocupación en el entrecejo). Ahora es un boom. En Bolivia hay 600 ONG. (Mide sus palabras, tiene miedo a ser malinterpretada). Todo esto se decantará, terminará por hacerlo. En el registro gallego hay más de ochenta organizaciones. No me paro a mirar una a una. Hay que tener buena fe y pensar que en cualquier momento y cualquier lugar si surge algo solidario será para bien. Hay que ser positivos. La explosión de vitalidad de Aida le impide ser más dura.