RAFAEL FERNÁNDEZ OBANZA TRIBUNA ABIERTA
30 mar 2001 . Actualizado a las 07:00 h.Suscriptor antiguo y lector de La Voz, deseo manifestarle que en la crónica publicada hace unos domingos y firmada por Carlos Fernández sobre el fallecimiento del insigne tenor Miguel Fleta, me siento indirectamente implicado por ser yo el médico que atendió a tan ilustre enfermo en su última dolencia. Ya que aprecio en ella varios errores, que indudablemente recoge Carlos Fernández a través de las deformaciones que el transcurso del tiempo imprime a lo que en principio fueron la realidad. Llegó Miguel Fleta a La Coruña, en donde residía su esposa e hijos pequeños, como consecuencia de haberle cogido la Guerra Civil en zona nacional. Residía en una casa de la plaza de Orense de esta capital. Fui requerido telefónicamente po su esposa para que lo visitase profesionalmente ya que Fleta, procedente de San Sebastián, se encontraba enfermo. Fui allí inmediatamente y, ya de entrada, me dio la impresión de tratarse de un proceso grave, con fiebre muy elevada, fuerte dolor de cabeza, vómitos, etc. Ordené la práctica urgente de los oportunos análisis, al mismo tiempo y dándome perfecta cuenta de la enorme responsabilidad que representaba la atención de la figura de tan ilustre paciente, pedí a la familia que me permitiese compartir mi responsabilidad con algún compañero. Segunda opinión Aceptada mi propuesta me puse al hablar inmediatamente con el profesor Carlos Jiménez Díaz, catedrático de la Universidad central y dueño de una de las más despejadas inteligencias médicas que tanto brillo le dieron a la medicina española del siglo XX. Me prometió salir urgentemente para La Coruña, a la que llegó a la mañana siguiente. Visto el paciente y examinados los análisis, llegamos a la conclusión que el enfermo padecía una meningitis meningococica adquirida en San Sebastián. El proceso no tenía tratamiento ni solución. No había todavía antibióticos ni sulfamidas con las que tan brillantemente se trata y se puede tomar medidas profilácticas. Uno de los análisis acusaba una cifra moderadamente elevada de urea, pero que no era causante de la gravedad, ya que se trataba de una uremia funcional debido a las pérdidas de iones y líquidos producidos por la sudoración y vómitos del paciente. De aquí podría deducirse que padecía una uremia y que había sido la causa de su fallecimiento. Máxima cuando en el certificado de defunción se insiste en la misma, a petición de las autoridades sanitarias para evitar que cundiese el pánico que el proceso de meningitis causaba entonces, especialmente en los padres de familia. Cruel proceso que segó miles de vidas infantiles y los pocos que lo superaban quedaban con fuertes taras psicológicas u orgánicas. Con respeto a que el gran cantante en su último delirio cantaba algún trozo de ópera es totalmente falso. El simple sentido común, no puede admitir en pleno coma meningítico, que pueda dedicarse a cantar ópera ni a admirar a través de la ventana las bellezas de la indiscutible bella bahía coruñesa. Fallecido Miguel Fleta, rodeado del profundo dolor de sus deudos y amigos, en el paradójico locuaz silencio, propio de estas circunstancias, discreta y esporádicamente roto, por las reprimidas expresiones emotivas de dolor de los suyos. Manifiesto estos datos, no como crítica a los errores de la crónica de Carlos Fernández, cuyos artículos leo siempre con interés e indiscutible información que de ellos extraigo, mi antigua amistad me impediría hacerlo, sino en honor a la realidad. Fleta, astro genial como gran artista que fue, pasó por el mismo rasero que la muerte emplea para los que mueren en su cama. La trascendencia triste y profunda del tránsito, no admite frivolidades. RAFAEL FERNÁNDEZ es médico