«Cabo Fisterra por aquí, Cabo Fisterra por allá», relata el escritor y académico en un artículo en en que aborda el topónimo
23 ago 2024 . Actualizado a las 21:07 h.El Cabo del Fin del Mundo. Así se titula el último artículo de Arturo Pérez-Reverte, que ha publicado en su página de El Semanal, el suplemento dominical que se distribuye con La Voz.
En este caso. el autor trata una vez más sobre los nombres de Fisterra, el oficial, y Finisterre, como se denomina en muchos foros. Unas opiniones que, como muchas de las suyas, han generado un cierto debate en redes.
«Me gusta mucho el cabo Finisterre. Por varias razones es uno de mis lugares favoritos, simbólico, indomable, preñado de Historia: un mito que desde hace miles de años fascina la imaginación de los seres humanos. Cada vez que me asomo a él, sobre el acantilado del monte Facho y a la sombra —figurada, porque para mí siempre está nublado y llueve— de su faro legendario, pienso que allí termina realmente el Camino de Santiago, en los innumerables barcos que durante siglos se perdieron en sus rocas —por algo se llama aquello Costa da Morte— y también, inevitablemente, en los legionarios romanos de Décimo Junio Bruto, que contemplaron sobrecogidos cómo el sol poniente, con una llamarada que parecía incendiar las aguas, se hundía en el mar camino de las siniestras Regiones Oscuras, pobladas de tinieblas y monstruos marinos»
Sigue su artículo: «En realidad Finisterre no es el extremo real, la punta más occidental de Europa. Los antiguos geógrafos tardaron algún tiempo en establecer que ese lugar lo ocupa el cabo Roca, en Portugal, que penetra casi nueve millas más allá en el océano; pero en este caso la veteranía es un grado, y como afirmaban en El hombre que mató a Liberty Valance, a veces es más hermoso imprimir la leyenda. Finisterre, como su propio nombre indica, es el final de la tierra antaño conocida, y de ahí su bello nombre clásico, que procede del latín con que por primera vez fue nombrado en los textos antiguos: finis, final, terrae, de la tierra. El lugar en que las tribus celtas erigieron el Ara Solis o Altar del Sol. Allí donde termina el mundo conocido y puede contemplarse el enigma del mar inmenso e incógnito».
Más: «Hay algo que en los últimos tiempos me produce cierta melancolía; y confío en que en esta España suspicaz, irritable, dispuesta siempre a sentirse vejada por algo, se comprenda lo que pretendo decir —y si alguien con estúpidas orejeras no lo comprende, pues bueno, pues vale, le deseo más suerte en la próxima—. He observado que en los medios informativos, sobre todo en televisión, se menciona a menudo el cabo Finisterre con el nombre gallego de Fisterra. Esto es muy natural, pues desde que la lengua gallega tiene memoria el viejo término latino se ha contraído en esa otra expresión local. Que en el fondo es sólo eso, una contracción lingüística de la palabra original, Fisterra por Finisterre; ya que realmente, o eso me cuentan mis amigos de allí —Manuel Jabois, Pedro Feijoo— fis no significa nada en gallego, idioma en el que la versión correcta de Finis terrae sería el femenino A fin da Terra».
«La mención a Finisterre como Fisterra, por tanto, del todo natural cuando se utiliza el idioma de Galicia, e incluso cuando se pretende manifestar respeto por esa lengua también española, es cada vez más frecuente en los medios informativos de ámbito nacional. O tal es la impresión que tengo. Seguramente por su carácter de nombre oficialmente reconocido —Fisterra, municipio de la provincia de La Coruña—, raro es el telediario en el que, al hablar por ejemplo del tiempo previsto o de un desdichado naufragio, no se mencione el lugar geográfico en su versión gallega: cabo Fisterra por aquí, cabo Fisterra por allá. Con el resultado, debido a la enorme influencia en el gran público de la televisión, la prensa y las redes sociales, de que no sólo en Galicia sino fuera de ella la hermosa palabra latino-española Finisterre, tan venerable, clara y definitiva en su significado formal, tan rica en su propia y secular memoria, se aleja cada vez más en beneficio de la otra. Lo que no es bueno ni malo, entiéndase. O tal vez sí sea malo, a fin de cuentas, si se piensa despacio. En todo caso es triste, o a mí me lo parece».
Sobre la toponimia, y sobre la de Fisterra, los expertos han escrito, y no poco. Destaca, entre otros, el trabajo Os nomes dos concellos da provincia da Coruña, del Seminario de Onomástica de la Real Academia Galega, coordinado por el catedrático de la Universidade de Vigo Gonzalo Navaza.
Sobre el término Fisterra, señala: «O termo municipal, creado a raíz do Real Decreto de 23-07-1835, mantivo o territorio que no Antigo Réxime constituía a xurisdición de Fisterra. Debe o seu nome á vila de Fisterra, unha das dezasete vilas da antiga provincia de Santiago. O nome obedece á súa condición de extremo occidental da terra coñecida na Antigüidade. O topónimo rexístrase desde a Idade Media: Finis Terra, 1243; Sancte Marie de Finibus Terra, 1249; Sancte Marie de Finibus Terre, 1263; Santa Maria de Fiistirra, 1334; Gomes de Fiisterra, 1382; villam de Finibusterre, 1384; santa Maria de Fiisterra, 1433; Afonso de Finsterra, 1448, Sancta Maria de Finisterre, 1607; de Finistera, 1607. As atestacións medievais mostran que o substantivo inicial do nome, en contra do comunmente admitido, correspondía a un plural fines (Fines terrae, "os confíns da terra") e non ao singular finis, "a fin"».
Como curiosidad, se da la circunstancia de que Pérez-Reverte ya usó Fisterra en una de sus novelas, «La reina del sur», existosamente llevada después a la pequeña pantalla en España y América. Lo hizo a través del personaje Santiago Fisterra. La novela, de hace más de veinte años, arrancaba así: «Cuando falleció el Güero Dávila, un experto piloto mexicano, su novia descubrió el verdadero oficio de su pareja. Teresa Mendoza huyó a Marruecos escapando de los jefes de los cárteles de su país y conoció a Santiago Fisterra, un marinero de O Grove que había trabajado para los Charlines y Sito Miñanco». En la serie, el papel lo interpretó Iván Sánchez, al que apodaban El Gallego.