Rafael Lema: «Para min é un orgullo manter un monumento, e máis sendo do pobo»

nicolás pose / X. A. CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

Ana Garcia

Personas con historia | «Tranquilo» y «libre» es como Rafael se siente al cuidar las Torres de Mens. «Houbo un incendio e dicimos que foi o fantasma quen apagou o lume», asegura

22 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Rafael Lema Ordóñez (Santiago de Mens, Malpica de Bergantiños, 1973) se encarga, cada día, de mantener en perfectas condiciones el terreno exterior y a los animales de la fortaleza medieval de las Torres de Mens, erigida en el siglo XIV y restaurada a principios de los años noventa por iniciativa de su actual propietario, Agustín Ordóñez.

Hace seis años, la rutina de Rafael cambió completamente. Dejó su trabajo de mantenimiento en un parque eólico de la zona para pasarse a adecentar el castillo de su pueblo. «Para min é todo un orgullo poder manter en bo estado un monumento, máis sendo do meu pobo», cuenta Rafael. Tras más de un lustro, dice estar muy contento de trabajar en la fortaleza, sobre todo «por ser un traballo ao aire libre, tranquilo e con liberdade de estar nun terreo sen ningún ruído nin molestia algunha».

De lunes a viernes, se centra en cuidar el terreno, de más de dos hectáreas; la huerta y los árboles frutales, sin el uso de productos químicos o pesticidas, restringidos por la denominación de BIC (Bien de Interés Cultural) del monumento, que implica una serie de atenciones específicas para evitar dañar una estructura de gran valor patrimonial. En el fin de semana, su trabajo se focaliza en acudir al lugar para dar de comer a los animales, un grupo de ovejas que le «axudan» en su trabajo:«Comprámolas para manter limpa a zona cerca do río, que é máis agreste e difícil de traballar coas máquinas» y cuatro perros, tres setters de caza (Tin, Suri y Cousteau), afición del propietario de la fortaleza, y una perra guardiana llamada Luna.

Ana Garcia

Sus labores se centran en el exterior, pues para mantener la vivienda central hay otra empleada, María Teresa. Los dos se ocupan de las Torres de Mens, limpiando y cuidando la propiedad, cuyo uso es el de residencia privada de Ordóñez y familia. El trabajo de Rafael, aunque la mayor parte del tiempo se emplea en la huerta, los árboles y los animales, implica afrontar cualquier problema derivado del uso, como pintar las paredes de la vivienda o arreglar la instalación eléctrica cuando sea necesario. Se prioriza su solución sin la necesidad de llamar a empresas externas de reparación, pues las visitas a las Torres de Mens están tan restringidas como a cualquier casa ordinaria.

Una restauración premiada

Las Torres de Mens eran una fortaleza en estado de abandono hasta que, a principios de los años noventa, su actual propietario decide acometer los trabajos de restauración.

Todos los detalles fueron medidos al milímetro, manteniendo la estructura medieval original y utilizando materiales que no resaltasen para evitar daños a la estética del conjunto patrimonial. Este mimo a la hora de sacar del abandono el castillo fue premiado en 1993 con el galardón al Patrimonio Europeo de Europa Nostra.

Fue el primer contacto profesional de Rafael con el castillo, pues el encargado de realizar los trabajos de restauración y mantenimiento fue su padre, que contrató a Rafael para ayudar durante los cuatro años que duraron.

En el estado de abandono previo a los años noventa era habitual que los jóvenes de la parroquia se colaran por los huecos de la muralla para pasar las tardes en el recinto. Uno de estos jóvenes era Rafael que, años más tarde, es el encargado de que las Torres luzcan perfectas ante los ojos de los visitantes que se asoman a sus muros.

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«Houbo un incendio e dicimos que foi o fantasma quen apagou o lume»

Rafael Lema deja claro desde el principio que no cree en fantasmas ni en ese tipo de historias, pero cuenta que, a modo de broma y para reírse un poco, que le echan la culpa de ciertos sucesos al fantasma que, según narra la leyenda, habita en la fortaleza desde el medievo.

En las Torres de Mens, se dice, habitaba un «mouro» que, un día, raptó a una joven del pueblo. Los campesinos, enfadados por la fechoría, asaltaron el castillo armados con hoces y antorchas para matar al secuestrador, que intentó huir por los túneles secretos de una de las torres. Los pueblerinos bloquearon su salida y, finalmente, le dieron muerte. Desde entonces vive, presuntamente, su espectro en el castillo.

Rafael cuenta que un día, hace ya algunos años, un deshumidificador se incendió en una de las habitaciones de la vivienda. Por suerte, el fuego fue rápidamente extinguido y no se propagó a la estructura de madera, tanto del suelo como del techo de la casa, con lo que se evitó un daño incalculable al BIC. Tanto Rafael como María Teresa, la otra empleada, confiesan que les gusta bromear con el propietario del recinto sobre que el motivo por el que el fuego no se expandió fue la mágica intervención del fantasma, al que, en broma, acusan cuando tienen visitas en la fortaleza, de provocar los ruidos derivados del crujir de la madera que articula la mayor parte de la estructura.

Otro misterio que involucra a la fortaleza es un cofre del tesoro. Esta leyenda, muy vinculada a los castros, narra que un cofre de oro y otro de azufre están enterrados en las inmediaciones del recinto, pero, si se abre el equivocado, el químico saldrá en forma de gas y matará al buscador del tesoro.