El odio en las redes sociales

Elsa Gundín DE ACTUALIDAD

CARBALLO

19 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

os resulta impensable actualmente imaginar nuestro día a día sin consultar las redes sociales. Este aumento de la comunicación digital supone, entre otras cosas, que las conversaciones que antes se mantenían en una cafetería con un reducido grupo de amigos, ahora puedan llegar a ser millones de personas las que se enteren de nuestros debates sobre nuestras creencias religiosas o políticas. Todo dependerá del interés, asombro o rechazo que supongan los mensajes, grupos o páginas compartidas. De hecho, los mensajes de odio se comparten con más facilidad en las redes sociales que aquellos otros que no rompen lo permitido socialmente. ¿Por qué?

La espontaneidad y la rapidez de las redes sociales hacen que muchas veces no se piense realmente de forma racional lo que se está escribiendo, y que casi sin darnos cuenta subamos una foto o escribamos palabras de las que rápidamente nos podemos arrepentir, pero de las que ya no hay vuelta atrás. Además, resulta más fácil entrar en discusiones e insultar a distancia que cara a cara, ya que no tenemos a otra persona en frente que nos ayude a moderar nuestro discurso, a pausar para que se pueda defender, a comprobar cómo responde, a intentar empatizar o a darnos cuenta de si se nos ha ido de las manos. En las redes los mensajes se suceden uno detrás de otro, sin parar, y muchas veces sin pensar en las consecuencias.

Así, las redes sociales ayudan a aquellas personas que tienen unas creencias más extremas o menos aceptadas socialmente, a sentir más confianza para expresarse, bien sea por el anonimato, porque no creen que puedan tener tanta repercusión o consecuencias sus actos, o bien porque les facilita encontrarse con personas afines a sus creencias. Nuestra presencia en dichas redes busca la confirmación de nuestra identidad: lo que somos, lo que nos gusta, lo que detestamos, nuestras creencias y valores. Desde el amor por los animales, la música que escuchamos, nuestra identidad sexual o las creencias políticas. Todo lo que hagamos en Internet girará en torno a mantener o defender nuestra identidad, con mayor o menor intensidad y tolerancia en nuestros mensajes.

Queremos ver y ser vistos, ser reconocidos socialmente, y en las redes mucho más. Interactuamos de forma positiva con aquellas personas afines a nosotros y alejamos a aquellos con los que en nuestro día a día no querríamos mantener una relación. Así, son «normales» los mensajes, fotos o vídeos compartidos entre compañeros que realizan acoso escolar a otros compañeros, con la idea de que resulten más «divertidos» para los demás en las redes sociales sus actos; o las manifestaciones de ideologías racistas u homófobas.

La libertad de expresión con la que gozamos en Internet influye en la gran magnitud de mensajes de odio en las redes. El hecho de ser anónimo, en muchos de los casos, facilita la difusión de grupos racistas, las descalificaciones y los diálogos intolerantes entre personas. Además, aquellas que se sienten frustradas o impotentes en su día a día, suelen tender a comportarse así con el resto de personas para intentar sentirse más poderosos mientras los ofenden y humillan. Quizá las redes magnifiquen dichos mensajes, pero lo que no debemos olvidar es que aunque no se expresase abiertamente, no significaría que no haya grupos de personas que no sientan ese odio y ganas de hacer daño a los demás.

Precisamente eso es lo que deberíamos intentar cambiar fomentando una educación en valores como la tolerancia, la libertad y en el respeto a la diversidad. Sin odio ni en las redes sociales ni en la vida real.

Elsa Gundín es psicóloga y directora del Centro La Realidad Inventada.