Los marineros de Corme salieron a recoger fuel bien temprano. Había que aprovechar la marea baja. Hoy toca, como en lo que va de semana, la cala de Fusisaca. La imagen es desalentadora. Más chapapote. Por segundo día consecutivo el mar ha traído las olas completamente negras hasta O Roncudo. Han pasado casi tres meses desde la catástrofe y ésta todavía no ha plegado sus alas. «Os ventos de sureste meten todo isto para dentro», dice el patrón mayor Alfredo Varela. No trabajan voluntarios. La recogida en esta zona es peligrosa para aquellas personas que no estén habituadas a trabajar en unas condiciones adversas. Siguen utilizando su sistema de poleas. Al mediodía han finalizado la tarea. La marea ha ido ganando terreno hasta hacer imposible las tareas de limpieza. La niebla envuelve entonces con aire londinense la costa. Pronto sólo quedará la brisa en la carretera que conduce al faro. El viento, las olas rompiendo antes de llegar a las rocas y los restos de fuel en los contenedores es el panorama en O Roncudo una vez acabado el trabajo. En Corme, además de los miembros de la cofradía de pescadores, luchan contra la contaminación los militares, que están instalados en el pabellón polideportivo. Acercarse allí es casi como entrar en un barracón de guerra. Todo rodeado por camiones verdes, que denotan con certeza la cercanía del Ejército. Ellos esperan órdenes. Todas las tardes reciben el mandato de A Coruña de desplezarse a una zona concreta en función de las necesidades. Mientras llegan las confirmaciones y la hora de salir a trabajar, los regulares matan el tiempo libre entre cigarros rubios, conversaciones en las que se entremezclan con agradable tintineo sus variopintos acentos y partidas de ajedrez.