Hace ya varios días que finalizaron los Juegos Olímpicos, pero todavía resuenan los ecos de París, y no deja de ser curioso que en este país parece que importen más las medallas que no se ganan que las que sí. Fue una decepción que la selección femenina de fútbol no se subiera al podio, o que Jon Rahm volviese de vacío de la cita olímpica, por poner dos ejemplos. Hubo lamentos porque no se logró romper el techo de metales logrados en Barcelona. Pero resulta que el combinado femenino de waterpolo se hizo con el oro, y lo que más parece importar a algunos de semejante logro es que Paula Leitón está, a juicio de quienes practican como deporte nacional despellejar al prójimo, gorda.
Tiene solo 24 años y dos medallas olímpicas, plata en Tokio y oro en París, ¿pero eso a quién le importa? ¿Pero se ha visto en un espejo? Pues sí, se ha visto, y por suerte, y a pesar de su juventud, tiene una cabeza muy bien amueblada que le permite hacer oídos sordos a palabras necias. No necesita que nadie la defienda de los insultos y los comentarios gordofóbicos, lo hace ella solita y con mucha elegancia, queriendo su cuerpo tal y como es y cuidándolo. Pero avisa: hay niñas que pueden ver, y posiblemente reciban, ese tipo de mensajes y no sean capaces de lidiar con ello.
Por eso es importante que esas niñas y niños tengan referentes, que vean que no es necesario caber una talla 36 para triunfar en la vida. Y que comprendan que quienes llaman gorda a Paula no saben qué significa el deporte de élite, nunca han participado en unos Juegos Olímpicos y nunca ganarán una medalla.