Doña Asunción

Carlos Portolés
Carlos Portolés WINCHESTER 73

BARBANZA

21 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

«Son las cinco de la tarde. Comienza la reunión, la partida de canasta, la charla de religión. La maestra, el boticario, el cura y Doña Asunción. El café de media tarde y algo de conversación». No son mías estas palabras —ojalá lo fueran—. Es una canción de Perales. Me lleva viniendo a la mente toda la semana. Se llama cosas de Doña Asunción. Versa sobre ese microcosmos que eran —y son— los pueblos de España. Burbujas de cristal donde todo el mundo se conoce. Nada que ver con las grandes ciudades, donde entre el gentío interminable solo hay soledad y cemento armado —armado con ruido, que en las urbes brota hasta de las ratoneras—.

Son muchas las parroquias de esta comarca —demasiadas, si eres un periodista forastero que tiene que estar pendiente de lo que pasa todos los días en cada una de ellas—. Algunas se mueren. Se mueren porque ya no tienen cura —o, si acaso, tienen un cura tan compartido que es más bien un octavo de cura—, porque ya no tienen boticario, porque ya no tienen Doña Asunción y, sobre todo, ya no tienen hijo de Don Ramón. Los hijos se han marchado todos a sentirse solos en las ciudades.

No es que la época dorada del medio rural fuera un pasado idílico. En los pueblos siempre hubo de todo. Gente buena (mucha), gente idiota (bastante) y hasta gente mala (un puñado). El problema es que, en el futuro que se vislumbra, en nuestras pequeñas aldeas va a dejar de haber «un poco de todo», y va a empezar a haber «un todo de nada». Esto lo dice uno, quien escribe, nacido y criado en ciudad. Que no mueran los pueblos. Aunque solo sea para que los cantantes puedan seguir haciendo sus canciones costumbristas.