Estuve escuchando a un catedrático de neurología de Stanford decir que el aprendizaje sucede en la frontera, en la incomodidad, cuando aparece la sensación de querer hacer cualquier otra cosa menos lo que estás haciendo. Insistía en que quienes sean capaces de perseverar sobre esa incomodidad, si seguimos encima de ese folio lleno de ecuaciones aunque lo que nos apetezca sea ir a tomar una caña, aprenderemos. Creceremos.
Me fascinó el tema, porque aunque él se refería al aprendizaje académico, su principio se puede aplicar a casi todas las facetas de la vida. En el mundo actual existe una multimillonaria industria enfocada a distraerte. ¿Por qué vas a seguir intentando escribir un libro si te ofrecemos este baile de mierda de un gatito en YouTube? ¿Para qué Platón si en Twitter le soltaron un zasca a Piqué? ¿Hubiese Miguel Ángel pintado la Capilla Sixtina si estuviera mirando las fotos de Pamela Anderson que le manda su cuñado por wasap? Hay que instalarse en la incomodidad y atravesarla en búsqueda de lo importante. Nada bueno es fácil. Nada bueno es confortable. Nada bueno es gratis.
¿Por qué querer a alguien más de cuatro años y dos meses, que es cuando dicen las más prestigiosas universidades que, pasado ese tiempo, se acaba el amor? Ahí, en la incomodidad, cuando se extinguen la dopamina y la oxitocina dictan los estudios que el amor acaba, ahí cuando termina el romance, cuando la rutina se infiltra densa en el vapor de la sopa de la cocina, ahí, justo cuando dicen que el amor acaba, es precisamente cuando el amor empieza.