¡Ah, ya estamos en primavera!

Gonzalo Trasbach
Gonzalo Trasbach (IN) SOMNIUM

BARBANZA

MARTINA MISER

07 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Último sábado de febrero del 2021. Al levantarte por la mañana te sientes cansado. Pero después de desayunar te encaminas hacia el valle por donde serpentea el río. Entrando en el agro de Madernán, te asalta la primavera. Recuerdas que alguien hace unos días te había dicho que esta estación es sobre todo acústica. En efecto, los pájaros cantan de manera distinta, con un timbre diferente. Aún estando en invierno, ya anuncian un cambio.

Pero a la vez es una estación muy visual. Entra por los ojos y también por el olfato. Las flores se desnudan y empiezan a enseñar sus colores y a desprender sus perfumes, su fragancia. Sobresalen en algunos árboles frutales (ameixeiras), magnolias y magnolios; brillan las yemas en las ramas de los salgueiros, y los brotes de los capullos en los ameneiros y loureiros... Lucen su impoluta blancura rodeada de un intenso verde las calas o cartuchos, los narcisos deslumbran al pie del cruceiro de Teaño, bajo la luminosidad que se desparrama sobre los campos pintados de brochazos de un amarillo radiante. Te detienes delante del lienzo dorado de una leira que desde lo alto de una viña también contemplan dos cuervos. Y te dices para tus adentros: «Sabéis, compañeros, la rabia que siento al verme incapaz de nombrar o de identificar los pájaros, todos los pájaros que escucho cantar mientras camino?».

Cuando eramos niños, sabíamos nombrarlos incluso sin verlos. Ahora, entre que ya no ves un carajo, y menos cuando están escondidos entre las ramas y matorrales, y que el oído también va cada vez a menos, solo reconozco unos cuantos. Y si esto también os pasa a vosotros, os digo la verdad: no nos podemos quejar.

Dicen que la primavera es tímida y recatada. Pero se manifiesta así antes de que venga mayo. Entonces, se desnudará para echarse en brazos del descarado verano. Pero en estos primeros días, cuando empieza a despojarse de sus abrigos de pieles, percibimos una embriaguez especial, sobre todo si el invierno no ha sido especialmente severo, como en este año. Compañeros, os pregunto: ¿Recordáis la fragancia de los primeros días primaverales, antes de preparar los campos para labrar y sembrar? Nosotros contábamos con unos parajes fabulosos! En nuestro entorno se aturdían los sentidos con tantos colores, olores, sabores y con tal cantidad de bolboretas y libélulas volando o luciendo sus brillantes atuendos en el aire o libando en las flores, ¿o no?

En aquellos días nosotros sabíamos de la luz y de la sombra. Incluso de la penumbra, la que generaban de noche los candiles de carburo. Sabíamos de la luz y la sombra lo que ni se imaginaban nuestros bondadosos y abnegados maestros. Uno descubrió este baile de la luz y la sombra cuando llegó a adulto, cuando me presentaron a unos pintores. Y sí, sabíamos que sin sombra la luz no existe. Y sin luz, no hay sombra: dos caras de una misma moneda. La sombra otorga forma a la luz. La sombra son sus contornos.

Continuaste andado tras un corto descanso. Disfrutabas de los sonidos y colores de la mañana. Cruzaste el río en los pasales de Teaño y desembocaste en el corazón de la aldea de Coroño. Giraste a la derecha. Un hombre joven desbrozaba una viña. Había tractores fresando algunas leiras. Sales de la aldea. Sobre un muro de bloques de cemento, tres gatos hacen equilibrios, otros tres toman el sol sobre el capó de un coche aparcado delante de una antigua granja de conejos. Solo el sonido de la corriente del río, que llegaba desde el fondo de los campos dormidos, aliviaba tu extraño cansancio. Y, como de un golpe certero, recordaste las viejas fatigas que penalizaban a Pedro Páramo cuando recitaba una oración mientras pensaba en Susana: «La luz era igual entonces que ahora, aunque no tan bermeja, pero era la misma luz sin lumbre, envuelta en el paño blanco de la neblina» (Juan Rulfo).