Pacucho Vidal, Lobo de Mar: «Ir ao bacallau era unha auténtica escravitude»

Jose Manuel Jamardo Castro
J. M. Jamardo RIBEIRA / LA VOZ

BARBANZA

MARCOS CREO

El portosinense fue uno de los primeros en participar en la campaña del bocarte en el País Vasco

26 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El salitre marcó la vida de Francisco Vidal Tomé, Pacucho, (Portosín, 1948). Estaba predestinado al mar, pues toda su familia se dedicaba a la pesca por la ría de Muros-Noia. Recuerda con mucho cariño sus primeros pasos en los trabajos relacionados con una actividad que era, y es, capital en la localidad. Fueron muchos años peleando para sacar su empresa adelante. Ahora está jubilado. Nada más acabar su relación profesional con el mundo marino, se fue a una casa alejada del bullicio del muelle: «Antes vivía no porto, agora estou máis lonxe». No tiene morriña ni lo echa de menos: «Podo vivir perfectamente sen el, e polo tanto no o boto nada de menos».

Su desconexión con el agua salada es casi total. Comenta que desde que optó por poner los pies en la tierra, «moi poucas veces volvín a subir a un barco». Él era el armador del cerquero portosinense María Javier, que ahora lleva su hijo: «Teño unha lanchiña e nos últimos cinco anos sairía con ela dúas veces... Despois fun no barco grande unha vez cando o levei ao País Vasco para a costeira do bocarte, e porque o meu fillo non puido ir. Dende aquela xa non volvín».

La vida de Francisco Vidal es completamente distinta ahora. Comenta que «o que tiña que facer no mar xa o fixen», y en la actualidad invierte las horas en otras cosas, principalmente en descansar y disfrutar de la familia y de sus amigos.

Uno de sus mayores placeres es caminar: «Boto un par de horas ao día andando. Tamén saio cun grupo de amigos todos os fins de semana que podemos. Ademais viaxo porque me gusta coñecer sitios. Sempre en coche, para manexar o cotarro».

Cuando aún no levantaba un palmo del suelo ya salía a pescar pulpo con su padre por la ría. Con 10 años tuvo su primer trabajo. Pasó a formar parte de una cuadrilla de tres niños que se encargaba de limpiar y cuidar un cerquero del pueblo, donde pasó algo más de un año. Para poder embarcar era necesario disponer de la libreta de marinero, y él la consiguió a los 11 años: «E daquela xa ías enrolado con todas as da lei. Iso si, non che pagaban a Seguridade Social». Ahí comenzó su relación con un mundo duro y arriesgado que duró hasta no hace muchos años.

Salir a faenar no era fácil. El xeito fue su primera experiencia: «Íamos seis homes a bordo e o barco navegaba a vela ou a remos. A lancha apenas se movía. Avanzar era moi difícil. Saiamos ás seis da mañá do porto e volviamos de noite. Estabas todo o día a remar pola ría adiante». Aunque Vidal Tomé nació en el seno de una familia en la que eran siete hermanos, cinco mujeres y dos hombres, «solo eu seguín o oficio de meu pai, xa que meu irmá dedicouse ao fútbol».

Cinco meses

El trabajo era duro y quería experimentar otras sensaciones y probar nuevas opciones. Con poco más de 20 años, cogió la maleta y se embarcó en un bacaladero rumbo a Terranova. Era, en aquellos momentos, una de las pesquerías más rentables para cualquier marinero y no se lo pensó dos veces. Nada más llegar al norte comprobó que había cometido un gran error: «botei unha campaña de cinco meses. Ir ao bacallau era unha auténtica escravitude. Vin de volta a cen por hora. Era un traballo moi duro. Traballabamos día e noite. Tamén había moitas cousas raras. Non era doado estar limpando o peixe as 24 horas do día cheo de sangue por todas partes».

Una de las cosas más agradables que se trajo de esa marea fue que «alí probei arroz con corazóns de bacallau, que estaba moi bo».

El cerquero Begoñita se convirtió en su nuevo destino y allí decidió tomar el mando como patrón: «No verán andabamos á sardiña e no inverno ao berberecho. Antes non era como agora». En el año 1972 encargó un casco en un astillero de O Freixo con la intención de ir haciendo poco a poco un barco. Compró el motor y su primera embarcación inició su singladura. Se trataba del María Yolanda, precisamente el nombre de su hija mayor: «Tiña doce metros de eslora e o casco custou 120.000 pesetas».

El Hermanos Montes, un poco más grande, fue el siguiente cerquero, que compró en 1975. Y es que la pesquería iba bastante bien, y aunque el jurel estaba sobre las dos pesetas el kilo y la sardina a seis, «había moito peixe. Non había topes».

El Vamos Indo Seis fue otra de sus naves, pero a finales de la década de los 80 se hizo con el María Javier, un cerquero con el que ya empezó a participar en la costera del bocarte en el País Vasco: «Fomos dos primeiros de Portosín en traballar na costeira porque aquí baixaran moito as capturas, e agora xa é normal ir todos os anos».

Uso de dinamita

Pero la transformación del cerco fue cuando la mayoría de los armadores se levantaron contra el uso de dinamita en la pesquería. Explosivos en el mar, «hóuboos toda a vida. Pelexouse moito nos anos 60, incluso nesa época foi xente de Portosín ao cárcere. E tamén nos 70. No 2000 loitamos moito para acabar con ela e ó fin conseguiuse. Algúns tiñan medo a vivir sen dinamita».

Vidal también estuvo en varias ocasiones participando en las labores de responsabilidad de la cofradía de Portosín. Fue patrón mayor en dos tramos, el primero en la década de los 70 y otra vez desde 1984 a 1986. También perteneció al cabildo con la intención de «axudar no que puidera». Pacucho revive esos tiempos con emoción, pero confiesa tajante: «Non os boto de menos».

De los remos al motor. En la década de los 60 el mar sufrió una importante transformación. Pacucho todavía recuerda como los barcos se movían a vela o a remos. En la ría pasaban prácticamente todo el día. Ahora, los marineros cuentan con modernas embarcaciones en las que no les falta ningún detalle.