Quemar una casa

Carlos H. Fernández Coto
Carlos H. Fernández Coto SECCIÓN ÁUREA

BARBANZA

18 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La de «quemar una casa» es una expresión cada vez más común en la jerga inmobiliaria, cuyo significado es bien distinto al que parece: no es plantarle fuego, sino fulminar el atractivo inmobiliario de un inmueble, por avaricia o por ignorancia. Cuando alguien decide poner a la venta un inmueble, lo normal es encargar a un experto una tasación inmobiliaria para conocer su valor objetivo de mercado y no tratar de hacerlo de modo arbitrario. Pero lo habitual es sacarlo al mercado por un valor hipotético no real.

La avaricia de muchos propietarios les conduce a vender por un valor superior al de mercado por si hay que bajarlo o por si alguien lo paga cometiendo un error común del mercado inmobiliario. Porque, salvo excepciones contadas, no aparecerá el comprador de sus sueños que pague lo que pide por él. Y no aparecerá el comprador idílico porque el mercado es amplio y, por poco que busque, encontrará otro inmueble similar con un precio más bajo. El tiempo siempre juega a favor del comprador y en contra del vendedor, el primero no tiene prisa en comprar, el segundo -salvo que necesite liquidez- no tiene inconveniente en esperar a que aparezca un pardillo que pague por el precio que ofrece.

Con el transcurso del tiempo, y al no aparecer comprador, el dueño acaba bajando el precio, tal vez varias veces, lo que genera desconfianza sobre el bien y sobre su dueño. Es cuando se dice que esa casa está quemada, porque al final acabará vendiéndola por un valor inferior al de tasación porque la antigüedad disminuye el valor de tasación y los deterioros aumentan.