Madiop

Javier Romero Doniz
Javier Romero CRÓNICA

BARBANZA

02 feb 2017 . Actualizado a las 11:55 h.

A Madiop Ndao, el fútbol, por su talento para jugarlo, le hizo un regalo en forma de pasaporte para probar fortuna, procedente de su Senegal natal, en España, y concretamente en los juveniles del Atlético de Madrid. El Deportivo de La Coruña fue su siguiente parada, y previa antes de llegar a la cantera del Ribeira. Desde entonces han pasado seis años, los mismos que lleva defendiendo la camiseta del primer equipo de la ciudad. Atendiendo a la vida que realiza en Santa Uxía, no puede decirse que sea una persona que muestre, o lo hiciese desde su llegada, problemas de conducta. Más bien todo lo contrario. Ahí está su nivel de implicación social, profesional y deportiva. Incluso en el campo, un espacio en el que a veces pueden perderse los nervios, Madiop siempre ha demostrado que su saber estar en el día a día se traslada también al terreno de juego, ya sea en partido oficial o en simples entrenamientos.

El problema es que su color de piel, negro como el carbón, implica situaciones desagradables por los insultos que recibe, y casi siempre vistiendo de corto. A él, algo que ambos hemos hablado en más de una ocasión, no le ofende que alguien le diga negro, es más, él, para desdramatizar la acepción de la palabra cuando se habla de una persona de color, bromea sobre ello evidenciando una falta absoluta de complejos. Otra cosa es que su color de piel sea el arma arrojadiza preferida por algunos futbolistas y aficionados. Jugadores que usan esa condición para dotarla de un significado peyorativo y discriminatorio. «Mono» o «negro de mierda» son las etiquetas que más le cuelgan de la espalda cuando se dedica a jugar al fútbol, ahí es nada. El domingo pasado el problema surgió en un partido en A Fieiteira, pero la situación viene de muy atrás. Lo de hace varios días fue el enésimo caso, ya que, por desgracia, Madiop -y como él otros muchos jugadores de color, incluidas las categorías inferiores- tienen que aguantar los mismos insultos.

Madiop, por su carácter tranquilo, hace oídos sordos siempre que puede. A veces, reconoce el senegalés, «hago que no me entero, pero otras, y cuando son insultos muy insistentes y si tengo al lado a la persona, sí que me giro y me encaro. Lo que no entiendo es a qué se debe tanto insulto racista», me razonaba ayer decepcionado. Lo cierto es que el caso de este africano es aplicable a otros muchos deportistas, pero también a ciudadanos anónimos que, cuando pensaban que habían llegado al primer mundo, se encuentran a un parte de la sociedad que los repele por algo tan inofensivo como el color de piel. Lo triste es que estas situaciones se sigan dando en el 2017, pero bueno, si uno está mínimamente informado ya se habrá dado cuenta de que el problema es aplicable a la macropolítica, sobre todo a la ya aplicada por Donald Trump, o la que desean implantar los personajes que comandan la nueva extrema derecha europea. Y eso, a mí por lo menos, me da miedo.