La obra de Esteirán desempolva los cortinajes de la memoria

MAXI OLARIAGA NOIA

BARBANZA

SIMÓN BALVÍS

En la Casa de Cultura Avilés de Taramancos se ofrece una exposición retrospectiva de fotos en blanco y negro y color

12 nov 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

¡Emocionante! Esa sería la palabra justa. La más cercana a lo que se vivió en la sala de exposiciones de la Casa de Cultura Avilés de Taramancos en Noia el pasado viernes. Se trataba de desempolvar los cortinajes de la memoria con el vaivén del abanico que la fotografía de Pepe Esteirán, en blanco y negro o en color, repartía generosamente en la sala. De sus paredes penden momentos amados y recuerdos limpios como si el ayer hubiera vencido a su muerte tan temprana.

Por allí, entre las luces mates y el brillo insistente de las primeras aventuras en color, rondaba su presencia como si nunca hubiera abandonado nuestro pequeño universo de piedra y soportal. Y el mar. La mar que sin duda le atrajo desde su niñez en Esteiro donde nació.

Hay unas fotografías maravillosas de las gentes que creyeron en la utopía de armar un barco celta para demostrar así que nuestros antepasados pudieron llegarse hasta las costas de Bretaña y aún más allá atravesando el Canal de la Mancha, para saludar a nuestros hermanos de la Albión oculta tras la niebla que interpusieron los dioses celtas sobre las olas para protegerlos de invasores indeseados.

Jadeos del esfuerzo

En estas fotografías puede percibirse el jadeo que a los hombres provoca el esfuerzo de virar las maromas arrastrando a la nave hasta la ribera. Son un puñado de espejos en los que la humanidad desfila dejando impresos en las cartulinas sus penas y sus glorias, las horas incógnitas del día de sus bodas o la reunión al calor de las cocinas de leña que con su hilo de calor unían con punto de cruz a hermanos y a padres para siempre. Familias que posan festivas y alegres, y ancianas que «debullan os chícharos» cercados sus ojos por los miles de atajos que el tiempo grabó alrededor de sus miradas que todo lo vieron.

Hay una instantánea de una visita que monseñor Suquía giró a una escuela noiesa tal vez para asegurarse de que Dios no había abandonado a los pequeños ni a sus maestros. También hay un logrado retrato de su esposa Pilar en el que la luz es una victoria personal de aquel autodidacta que llegó a congraciarse con el arte sin ruido ni presunción alguna.

Les animo a visitar la exposición en la que colaboró mucha gente desinteresadamente. La sala estaba abarrotada de gente, y mientras María Esteirán, después de la presentación de Sabela López Pato, agradecía emocionada nuestra presencia, eché de menos a muchos de los que fueron sus amigos y le sobrevivieron. Otra vez será.