Varias horas de pie y sin poder siquiera ir al baño

María Hermida
María Hermida RIBEIRA/LA VOZ.

BARBANZA

24 ago 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Es día 23 de agosto, y el reloj marca las cinco de la madrugada. Pero, en realidad, la oscuridad y la lluvia incesante hacen pensar que se está en pleno mes de enero. Con semejante panorama, uno tiende a pensar: imposible que alguien haga cola a estas horas, un lunes, para renovar el DNI en Ribeira. Y un riñón. Sobre las seis menos veinte de la madrugada, son ya nueve las personas que aguardan a las puertas de la comisaría. A uno, por tanto, le toca ya el diez, y cruza los dedos para que la cifra le dé tanta suerte como la que proporcionó a Maradona este dígito en su camiseta.

Como llueve y la comisaría no abre sus puertas hasta horas después, toca refugiarse en el garaje de las dependencias. De pie, por supuesto. La conversación gira en torno a un único tema: «Isto é tercermundista, e din que en Santiago e Vilagarcía igual, non hai onde ir», comenta una mujer de A Pobra. «Eu xa che fun a Santiago e agora estouche aquí», añade otra. «Ese homiño chegou ás tres da mañá», dicen desde el fondo.

Contrastes

A esas horas, y hasta las nueve, nadie reparte números. Por tanto, toca distribuirse por ese sistema clásico de preguntar quién es el último. Al fin, sobre las ocho y media, se abren las puertas. Es como si se llegase al limbo. Al menos dentro hay sillas para los más mayores y un baño al que poder ir sin perder la vez. En los corrillos, se pasó de la rabia al «nin con Zapatero nin con Rajoy, isto é unha inxustiza».

Y, sobre las nueve, llega el momento más crítico. Ese en el que buena parte del personal se queda sin vez y hay enfados por doquier. Los afortunados tienen un número con una hora para ser atendidos, por lo que la mayoría pueden marcharse a desayunar y volver luego. Sobre las once, uno sale con el DNI en la mano tras haber presenciado el mayor contraste de la mañana: las desesperantes colas versus la amabilidad extrema del personal. Cuando uno pone el pie en la calle está tan contento que no entiende por qué no suena We are the champions. O por qué no está allí Sara Carbonero esperando por un beso de la victoria.