La felicidad que reparte el líquido elemento

m. santamaría-serantes / a.g. VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

ADRIÁN BAÚLDE

Vilagarcía vivió una multitudinaria Festa da Agua, probablemente la mayor en sus cuarenta años

17 ago 2024 . Actualizado a las 17:36 h.

A falta de que la inteligencia artificial se plantifique y diga una cifra, lo de la Festa da Auga va por sensaciones, y la sensación de ayer es que no ha habido cosa igual en sus cuarenta años de historia. Engañaban las multitudes  a primera hora, caprichosas como son, pero que Freddie Mercury diera su segundo pase en Méndez Núñez pasadas la cinco de la tarde da una idea de cómo fue la cosa. Cierto es que a Freddie, es decir a Fran, le para el personal por doquier para sus fotiñas. Ayer, hasta se sacó un selfi con la concejala Outón.

Pasar por las calles sin mojarse era una tarea imposible; cubos de agua eran arrojados desde las ventanas y balcones al suelo, que no se entrevía entre todo el público que se acumulaba allí.

Pasar por la calle de San Roque era sinónimo de ser regado por los vecinos del pueblo, hasta el punto de que hombres y mujeres se sacaban las camisetas para escurrirlas por las cabezas de sus acompañantes. Si hay una frase que no puede faltar en la Festa da Agua esa es «Aquí no llega», tres palabras que eran gritadas por todos lados. En la plaza de Galicia te encontrabas, encima de las oficinas de Abanca, a uno de los protagonistas de la fiesta organizar al sinfín de personas con sus silbatos e instrumentos, mientras de su familia distribuía el agua desde las alturas.

La hostelería jugaba un papel fundamental. Mantener a los participantes de la fiesta en movimiento e hidratados, que a festiña si, pero a vaquiña polo que vale. Con los vasos de plástico reutilizables y música variada, todo parecía solucionado. Algunos incluso sorprendían a los camareros con la habilidad de saber poner sus bebidas en la cabeza, en perfecto equilibrio, para que nadie las tocara.

Unos establecimientos optaban por sus propios altavoces con melodías, aunque otros tenían actuaciones profesionales como La Duendeneta, en Méndez Núñez. Carlos y Kris fueron los encargados de que todos gritaran al son de Tataravoa, la canción de Fillas de Cassandra, o Wake me up, de Avicii. A las 17.30 aquello estaba petado, como para desalojar. En el resto de calles de la villa se podían encontrar a quienes se abrían paso con los tambores o al imitador de Freddie Mercury, Fran García, que daba un gran espectáculo.

Si se pretendía mojar a alguien y escapar indemne, esa era una tarea imposible. En Vilagarcía todo el mundo tiene su forma de atacar con agua y crear peleas —siempre en el buen sentido de la palabra— con los desconocidos que tienen al lado. Algunos de los fiesteros son muy ingeniosos y se acercan fingiendo tener problemas con su pistola para rociar al contrario en cuanto baja la guardia. Otros esconden vasos de agua detrás de la espalda, esperando a que un despistado pase por su lado para arrojárselo en la cabeza.

Los niños aprovechaban los cubos llenos de agua y con sus pequeñas pistolas iban llenando y vaciando los recipientes, mientras los asistentes se reían y les devolvían la broma. Algunos de los más pequeños incluso se subían a los hombros de sus padres, porque desde abajo están en desventaja. Un chico, que venía por primera vez a la fiesta del agua preguntaba sus amigos: «A quen teño que mollar?», a lo que un extraño que pasaba a su lado respondió: «Aquí mollas a todo canto pase por diante!». Algunos descubrieron la mejor forma de mantener despejado su espacio personal de las intromisiones de los extraños: un gran flotador en forma de dónut. Una solución ingeniosa que puede ayudar a atravesar las calles.

Las vestimentas de los asistentes variaban entre bikinis combinados con pantalones cortos, neoprenos de colores, o bañadores ajustados. Fueron miles y estuvieron felices.