Mar y monte, tiendas y churrascos, paseos junto al mar y espectáculos para un veraneo tranquilo
07 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.El piso era bonito y luminoso. Estaba situado frente a la estación de ferrocarril, perfecto para viajar por el eje atlántico ferroviario. Podía escoger uno con vistas al mar o uno con vistas al Xiabre y a las vías del tren. Compré el segundo y no porque fuera más barato, sino porque prefería ver el monte «sagrado» y porque los trenes siempre me han inspirado. Además, las vistas al mar, que tanto gustan a los turistas y tienen suplemento en los hoteles, acaban agobiando un poco: varios días cenicientos y grises mirando al mar embadurnan el espíritu de tristeza. El Xiabre es distinto: impone, fija la mirada y acompaña. La soledad se combate muy bien con la naturaleza, una compañera que nunca falla.
Mes de julio, verano y Vilagarcía como destino lleno de estímulos. El monte como complemento del mar. Subir al Xiabre es una aventura con vistas formidables, una experiencia sugerente y benéfica. Hace ya muchos años, tuve unos amigos con los que íbamos por las tardes al monte para que nos subiera la tensión. Estábamos recién llegados a Vilagarcía y vivir al nivel del mar nos ablandaba y adormilaba. Él se llamaba Manuel y era profesor de Francés. Ella se llamaba Matilde y era traductora de las obras de Kafka para la editorial Akal. A pesar de que el Xiabre les ayudaba a mantenerse activos y a combatir la hipotensión, solo resistieron dos años a la orilla del mar y pidieron traslado a Graus, en las estribaciones del Pirineo.
El nivel del mar se sobrelleva bien aunque seas mesetario. Es cuestión de habituarse. Con el tiempo, la tensión se aclimata e incluso tiene la ventaja de que duermes unas siestas formidables. Pero los veraneantes no vienen a Vilagarcía para dormir la siesta, aunque la agradezcan. Les gusta pasar julio y agosto en esta ciudad porque es llana y se puede pasear sin esfuerzo suplementario, sin ahogos. La ruta vilagarciana del colesterol es plácida y evocadora. Vas caminando por el paseo marítimo, desde O Ramal hasta Carril, y se suceden los entretenimientos: palacetes de hace cien años, mariscadoras trabajando, cafés agradables, el parque, el misterio de los barcos que parten: la sensación del no lugar, la incertidumbre del destino, la aventura del viaje…
A Vilagarcía también se viene a comer. Ya desde el desayuno, la ciudad despliega sus encantos gastronómicos. Abundan los cafés con almuerzos sorprendentes desde que el «Augamar», frente a Cortegada, revolucionó la primera comida del día. Ese local precioso tiene un sitio en la historia de la gastronomía de Vilagarcía y supuso un hito resumido en el detalle de que había que reservar para desayunar.
No es Vilagarcía una ciudad de restaurantes, aunque en Carril haya algunos de primer nivel. Lo que nos caracteriza son las taperías y los churrascos populares. Entre mis comidas divertidas e inolvidables de la temporada, selecciono sin duda la que disfruté en O Churrasco de Rubiáns hace unos meses. Aquello no era una comida, sino una ceremonia repleta de humor, sabor y sabiduría.
Me irrita que hayan vuelto a salir los soletes de la guía Repsol y la selección haya pasado de nuevo por alto Vilagarcía: ni una de nuestras taperías y churrascos aparece en esa selección de locales sencillos de comidas ricas. Están Michael y La Curva de Sanxenxo, Casa Pequena de Meaño y El Náutico de San Vicente, O Muíño y O Forno de Piñeiro en O Grove. Aparece incluso el Argentinos Burguer de A Estrada, pero Vilagarcía vuelve a quedarse compuesta y sin soletes. Incomprensible.
A Vilagarcía se viene a pasear, a comer, a disfrutar de la naturaleza y del mar, a entretenerse en conciertos, representaciones teatrales, espectáculos de clown… Antes, se venía mucho a la ría a ligar. Era un mito, un lugar común, quizás una tontería. En los tiempos del recato, la ría de Arousa parecía adelantada a los tiempos. Hace un par de meses, conocíamos la noticia de que, según un estudio de una web de citas, Catoira era uno de los municipios gallegos donde era más fácil encontrar pareja. La información desapareció enseguida de los diarios serios, no dejaba de ser una apreciación sin valor científico, el resultado de una intuición con pocos datos, pero nos recordó aquellos tiempos, finales del siglo pasado, en que funcionaba el eslogan popular de: «Vente a ligar a la ría».
Comprar, otro entretenimiento que atrae en Vilagarcía. El cogollo urbano es un centro comercial abierto como hay pocos. Entre el río del Con y O Ramal, se suceden las tiendas de todo tipo y los escaparates con encanto. No se trata solo de franquicias, sino también de tiendas con productos de lujo que permiten soñar, extrañarse e incluso escandalizarse. Los últimos lanzamientos de la cerámica de Sargadelos, el calzado más exclusivo y elegante, antigüedades inglesas difíciles de encontrar en otra ciudad, que parecen sacadas de una serie de tacitas y toque british.
Empieza la temporada de verano y Vilagarcía se dispone a acoger a turistas tranquilos que no necesitan hacer deportes de riesgo ni tostarse al sol para disfrutar del tiempo de vacación. Aquí todo es más tranquilo: un paseo hasta Carril, un desayuno en A Baldosa, unas tapas en A Marina, deambular entre escaparates y ser razonablemente felices con un café para ajustar la tensión.