Pocas ciudades pequeñas cuentan con cinco párkings de pago y diez aparcamientos disuasorios
07 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Tengo una amiga en Vilaxoán que, cada vez que viene a Vilagarcía con su coche, protesta. «Mucha peatonalización, mucha peatonalización, pero solo beneficia a los de Vilagarcía. Quienes vamos a Villa desde Vilaxoán, tenemos que llevar el coche y dejarlo lejos del centro o pagar por aparcar», razona su queja… ¿Razona? Hombre, muy razonable no parece asegurar que dejar el coche en los aparcamientos disuasorios de la rúa Mulatas, frente a la playa, Aquilino Iglesias Alvariño, Marxión, Fexdega o Cavadelo, por ejemplo, es dejar el coche lejos del centro. Pero, reconozcámoslo, en Vilagarcía, entendemos que más de quinientos metros es lejanía absoluta y nos hubiera gustado seguir aparcando en la puerta de Zara, del bar Mickey o de la peluquería París.
Si tecleamos en Google Maps «párkings Vilagarcía» nos salen un total de 17 y solo dos de ellos están realmente lejos de la plaza de Galicia: el de la Vía Verde de O Salnés y el disuasorio de Carril. Los otros 15 están en el triángulo O Ramal-Aquilino Iglesias Alvariño-Fexdega. ¿Eso es alejado? No lo creo, pero cuando utilizo este argumento, mi amiga de Vilaxoán se enfada, me rebate con saña y me acusa de señorito vilagarciano, que disfruta paseando por las calles y plazas peatonales del centro, pero no entiende a quienes vienen en su coche desde Vilaxoán, Carril o Rubiáns.
Aunque sea un señorito vilagarciano, servidor también se mueve por Carril y Vilaxoán, pero voy en transporte público, un autobús urbano que funciona bien y presta servicio cada media hora con bastante puntualidad. Pero en esto de la movilidad, chocamos con dos hábitos muy locales: querer aparcar a la puerta de nuestro destino y el tabú de viajar en bus, algo que parece un desdoro, un atraso, algo propio de pobres. Recuerdo una mañana que vine de Vilaxoán a O Cavadelo en transporte público y un antiguo alumno me saludó y manifestó su extrañeza: «¿Cómo viaja usted en bus?». Le parecía que un profesor no debía montar en un autobús urbano. Debía de parecerle poco digno. Al igual que a los profesores que iban en bici al instituto enseguida los motejaban como bicicletos con cierto desprecio. Moraleja: si tienes coche, es para usarlo.
Tras las elecciones municipales, un amigo, también profesor, me escribió un largo correo detallándome las razones por las que el PSOE había perdido la mayoría absoluta. Una de las causas se titulaba: Aparcamientos. Y razonaba que Vilagarcía, como la mayoría de las ciudades, no tiene un casco urbano «diseñado para la gran cantidad de coches que hay hoy en día. Es cierto que hay aparcamientos disuasorios a poca distancia (hablo en términos de grandes ciudades), pero la gente se ha hecho muy cómoda». Efectivamente, esta ciudad está llena de aparcamientos disuasorios «a poca distancia», pero la medida de las distancias es diferente en Vilagarcía que en las grandes ciudades. Ir caminando desde tu coche aparcado gratuitamente en A Escardia o Fexdega a la plaza de Ravella es ir ahí al lado en Vigo o en A Coruña, pero en Vilagarcía lo consideramos una aventura, casi una etapa del Camino de Santiago.
Las últimas semanas, una de las noticias locales más comentada y seguida ha sido la de los aparcamientos de las plazas Xoán XXIII y de España. El primero ya ha sido asumido por el Concello de Vilagarcía y es posible que asuma también el segundo. Con estos dos aparcamientos públicos en funcionamiento, Vilagarcía contará con cinco párkings de pago, cuatro de ellos cubiertos en O Cavadelo, Xoán XXIII, plaza de España y Centro Comercial Arousa y uno al aire libre en Marina Vilagarcía. Pocas ciudades españolas del tamaño de Vilagarcía cuentan con tantos aparcamientos de pago, que, aunque espanten a mi amiga de Vilaxoán, capaz de gastarse medio depósito dando vueltas con su coche por el centro buscando aparcamiento antes que pagar por estacionar, lo cierto es que hay conductores que los buscan por seguridad y comodidad. Cuestión de prioridades.
Hace 30 años, aquí se aparcaba en cualquier sitio: el muelle de pasajeros, el centro de la ciudad, O Cavadelo… La ciudad era una jungla, una especie de aparque usted donde quiera. Se empezó a poner orden cuando, en 1993, se cerró al público el párking de la Casa del Mar, que hasta entonces había sido libre y contaba con 30 plazas. A partir de ese momento, solo podían estacionar allí los trabajadores.
El primer párking de pago
Cuatro años después, llegó el primer párking público de pago. Estaba en el hotel Castelao y costaba 125 pesetas la primera hora. Era 1997 y se levantaba también el párking público de O Cavadelo, un galpón feote pero práctico que en el año 2000 se dignificaba con la cafetería-heladería San Remo, que permitía, por vez primera, merendar un café con una tarta de arándanos.
El resto, ya lo conocen: peatonalización del centro de la ciudad, estacionamientos disuasorios, aparcamientos fallidos de plaza de España y Xoán XXIII, que ahora serán municipales gracias a una gestión que solo se puede calificar de adecuada y eficaz, y Vilagarcía convertida en una ciudad cómoda y paseable. Aunque nada de esto convence a mi amiga de Vilaxoán, que, cuando viene en coche a Vilagarcía, protesta y me acusa: «Tú defiendes todo eso porque eres un señorito vilagarciano».