Las zonas blancas de Vilagarcía

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

Martina Miser

Si queremos ser la Ciudad de Arousa es imprescindible que mejore la cobertura de Internet

05 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Le debo a La Voz de Galicia dos aprendizajes importantes que me han hecho más capaz y más útil: escribir en un teclado con rapidez y conducir un automóvil con solvencia. Y, claro está, realizar ambas destrezas con una sola mano. Aprendí a mover un dedo con velocidad inesperada por las teclas de un ordenador porque si no aprendía, me iba a resultar complicado escribir artículos y saqué el carné de conducir en la autoescuela Gago a los 30 años por la misma razón: sin manejar un coche, era imposible viajar por Galicia buscando historias interesantes que contar.

Mi nonagenaria madre, cuando me ve mover el dedo corazón a velocidad vertiginosa, saltando de tecla en tecla, se siente orgullosa de su hijo, califica el espectáculo de milagroso y cuando le recuerdo por qué aprendí a teclear con solvencia, ella le da las gracias a La Voz de Galicia como si este periódico fuera una deidad mirífica capaz de operar los prodigios más insospechados. Las madres, ya se sabe.

Pero claro, para aprender a teclear, había que tener un teclado y, acompañándolo, un monitor con su disco duro. Y lo tuve. De eso hace ya 35 años. Era un ordenador de color crema cuyo disco duro tenía 20 megas y las letras en la pantalla eran de color amarillo. No creo que nunca haya sido tan feliz con un aparato como entonces. Ahora, todos tenemos tecnología sofisticada en el bolsillo, en casa y en el trabajo, pero ya hay poco que descubrir. Es más, si hoy hubiera tenido que aprender a escribir en un ordenador crónicas y reportajes, no hubiera sido imprescindible teclear, con dictarle El Callejón del Viento a la computadora, ella lo habría transcrito sin necesidad de apretar ninguna tecla.

Aquel primer ordenador lo compré en una tienda pionera de informática que había en la plaza de Galicia. Era un local maldito de negocios efímeros, uno de esos bajos que comercio que albergan, comercio que desgracian. Aquella tienda de informática cerró al poco tiempo. Después abrió allí un negocio gourmet, la primera tienda delicatesen de Vilagarcía, más allá de las clásicas de Camba y Los Peperetes. Era una tienda aventurera y arriesgada que expendía foies franceses, vinos selectos y conservas desconocidas. Pero tanta sofisticación no funcionó porque el sitio quedaba a trasmano y, en aquel entonces, los hombres aún no nos habíamos puesto suficientemente tontainas con el rollo gastro y las pamplinas gourmet.

Creo que lo que siguió fue un bar que tampoco resistió a pesar de su calidad y, en fin, el local maldito se comió los negocios, pero no borró de la historia reciente de Vilagarcía la aventura pionera de aquel negocio informático cuyos productos hoy serían piezas de museo. Y efectivamente, cuando los tiempos evolucionaron y los ordenadores empezaron a venir con la increíble capacidad de 200 megas, jubilé mi primer ordenador y se lo regalé a un funcionario municipal que coleccionaba computadoras vintage.

Aquel período prehistórico de la informática ya lo hemos olvidado, pero a mí no se me va de la memoria una visita escolar a las oficinas centrales de Caixa Vigo, donde nos llevaron a una gran sala donde estaba el súper computador de la caja de ahorros, que no creo que admitiera más de 500 megas y para que no se estropeara debía ser refrigerado por un potente aire acondicionado día y noche.

Con aquel ordenador escribí el primer reportaje sobre páginas web gallegas que se publicó en este periódico. Recuerdo que no llegaban a 20. También me sirvió para teclear un reportaje sobre el lenguaje de los chats, tras recoger los datos en uno de aquellos primeros cíber cafés que abrieron en Santiago de Compostela, cuando nos escandalizaba que los jóvenes escribieran tbien para decir también y tquiero para expresar te quiero.

Lo tiempos avanzaron, la informática se perfeccionó, los ordenadores se llenaron de gigas, se hicieron cada vez más pequeñitos y más potentes y se popularizó Internet, se multiplicaron las páginas web y todos acabamos escribiendo tq, tb, bsts, oki y un montón de abreviaturas, apócopes y expresiones que nos hubieran sonrojado hace 30 años. Sin embargo, hay algo en lo que Vilagarcía no ha avanzado demasiado y es en la cobertura de Internet, en la fibra óptica, en la transformación digital y, en fin, en la extensión de las conexiones de nueva generación.

Así son las cosas. Vilagarcía es una ciudad estupenda en muchos aspectos, pero en cobertura, flojea. Hay zonas oscuras, edificios en lo que no aparece ni una rayita en el teléfono, hoteles donde o accedes a la wi-fi del establecimiento, que no siempre es potente, o te quedas sin recibir ni enviar mensajes. Y si queremos ser La Ciudad de Arousa, atraer a los turistas y no agobiar a los nativos, es imprescindible que mejore la cobertura, desaparezcan la treintena de zonas blancas (aquellas en las que ningún operador prevé instalar una infraestructura de banda ancha en los próximos tres años) que señalaba La Voz esta semana y se solucionen los problemas de conexión de algunos barrios y calles. La autoescuela Gago y la tienda de informática cerraron, Caixa Vigo desapareció y un eclipse de sol borró en 1998 todos mis artículos del disco duro, pero tanta maldición no justifica tantas zonas blancas.