Cunqueiro ya avisó sobre el albariño

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MARTINA MISER

Don Álvaro venía al balneario de Caldas a tomar las aguas y a beber los vinos

10 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En los veranos de los 90, la única piscina pública de la zona estaba en Caldas, junto al hotel Dávila, que fue fundado en 1780 y tiene un jardín que sorprende por sus altos cañaverales. En una de aquellas excursiones piscineras, conocí a María, una señora que había servido durante años las mesas del hotel-balneario Dávila y lo mismo atendía al cardenal Quiroga Palacios que al escritor y periodista Álvaro Cunqueiro, que gustaba de comer bajo los cañaverales y la piropeaba y le gastaba bromas. «María, tráeme un tiragallas», le pedía Cunqueiro y María respondía mosqueada: «¡Ay, don Álvaro, mire usted que yo no sé qué es eso!».

María del Pilar Rodríguez estuvo 30 años al servicio de la familia Legerén, propietaria del balneario Dávila. Trabajaba en el comedor en verano y mantenía el hotel ventilado en invierno. En sus libros, cuenta Cunqueiro que le gustaba inhalar los vahos que las aguas de Caldas desprenden y así, «limpios los órganos del olfato y el gusto, me pongo a la tarea». Esa tarea del escritor mindoniense no era otra que comer. Don Álvaro iba a tomar lamprea en invierno y en verano, se conformaba con el pescado con mayonesa, una salsa que, según el escritor, llegó a Galicia en la primera mitad del siglo XIX.

A Cunqueiro, le complacían los aguardientes de O Salnés porque, decía, «son finos y perfumados». María lo recordaba divertido y bonachón: «Parecía serio al pronto, pero luego resultaba muy simpático. Me decía que no había mujeres como las ga­llegas y nos piropeaba con gracia, a mí y a la otra camarera del comedor. Era un juerguista y sus comidas estaban llenas de risas y bromas». Don Álvaro reprendía a María por no hablar gallego y le pedía el tiragallas para que ella sintiera la vergüenza de no saber que se refería al sacacorchos. Con él, Cunqueiro abría botellas de albariño. En verano, nunca faltaba a la fiesta de Cambados y decía que el albariño era el primer blanco de España y uno de los mejores de Occidente.

Al poco de aquella conversación con María sobre Álvaro Cunqueiro, que dejó de ir al balneario en 1962, el vino Rías Baixas dio un salto de imagen y calidad bastante sustancial. El albariño se llamaba ya Rías Baixas, aunque en el Consejo Regulador de la D.O. hubo quien propuso seguir llamándolo albariño, sobre todo porque era la uva que más se produ­cía en ese momento: 900 hectáreas cultivadas en O Salnés, 400 en O Conda­do y 179 en O Rosal. Pero ninguna denominación de origen en el mundo tomaba su nombre de una uva, así que hubo que llamarlo de otra manera y se apostó por lo de Rías Baixas.

En 1992, sucedieron dos acontecimientos fundamentales: uno fue que Julio Iglesias vino a la Festa do Albariño y el otro, que, por primera vez, el vino se sirvió durante la fiesta en copas de cristal, que se ofrecieron al público al precio de 100 pesetas (60 céntimos de euro). El vino Rías Baixas despegaba hacia el estrellato de los blancos y comenzaba una fuerte campaña de promoción que, en 1995, vio cómo los 280 cosecheros de las bodegas Vilariño entendían, en un alarde de visión comercial y modernidad, que sus vinos se venderían mejor si se hermanaban con la música exquisita. Y nació el grupo de música antigua Martín Códax, que se presentó primero en Compostela, ante la flor y nata de la política, el arte, la prensa y la farándula, y en agosto se estrenó en Cambados. Despegaba la simbiosis arte-vino que tan buen resultado ha dado.

Al año siguiente, 1996, la campaña promocional culminaba con un viaje promocional a Japón. Paralelamente, la corporación municipal de Cambados aprobaba por unanimidad el ingreso de la villa en la Red Europea de Ciudades del Vino (Recevin) y se recuperaba de esta manera la larga tradición del vino gallego en Europa, donde fue muy popular durante la Edad la Edad Media. Antes de la peste negra de 1349, se consumía sobre todo vino de Burdeos. Las muertes provocadas por la peste dejaron la zona de Burdeos sin mano de obra y durante dos años no se pudieron cultivar las vides.

Los europeos cogieron un pánico obsesivo a la contaminación del agua porque entendían que propagaba la peste. En consecuencia, aumentó el consumo de vino, cerveza y sidra. En este contexto (sin Burdeos y con miedo al agua), los europeos volvieron sus ojos hacia el vino gallego. Desde los puertos del norte de la región, empezaron a partir naves cargadas de barricas de vino, que se exportaba a Flandes, Inglaterra, Bretaña, Islandia o Escandinavia. La entrada de Cambados en Recevin entroncaba con el pasado y contribuía a un proceso de crecimiento que no cesa y que ha subido su último peldaño esta semana con la compra por las bodegas Torres de las bodegas Valdamor de Meaño. Diez años después de desembarcar en Galicia, la familia Torres quiere aumentar su producción de albariño ante la creciente demanda en Estados Unidos. Y sesenta años después, la opinión de Álvaro Cunqueiro se ha generalizado: el albariño es considerado el mejor blanco de España y uno de los mejores vinos no ya de Occidente, sino del mundo.