Tanxugueiras en el Nuevo Vivero de Badajoz

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre EL CALLEJÓN DEL VIENTO

AROUSA

MONICA IRAGO

El grupo musical, que actuará en el Albariño, ha convertido «Terra» en una canción sin fronteras

14 feb 2022 . Actualizado a las 20:15 h.

Tanxugueiras viene al Albariño y el domingo pasado, el Racing de Ferrol jugó en Badajoz y al salir al campo, por los altavoces del estadio Nuevo Vivero sonaron Tanxugueiras. El público aplaudió y sonrió al escuchar lo que ya se ha convertido en un himno revolucionario popular, una música poderosa que entonan quienes van a la contra o disienten del sistema. Y, al fin y al cabo, ¿quién no disiente del sistema? Todos somos revolucionarios a ratos y la canción de Tanxugueiras es ya un canto a la libertad, a la heterodoxia y a la periferia. Por eso, en Badajoz, cuando saltó el Racing al campo y sonaron las notas de la última revolución, no hubo silbidos, sino aplausos solidarios: dos aficiones unidas por un balón y una canción.

Esta solidaridad occidental y periférica entre Galicia y Extremadura es muy antigua. Si nos quedamos en el fútbol, no hay más que recordar que hace un par de años, cuando el Extremadura llegó a Lugo para disputar la primera jornada de Segunda División en el Anxo Carro, se encontró con que en el cartel anunciador del partido se leía un mensaje cariñoso: «No hay tren que nos separe» y una pregunta irónica y reivindicativa: «¿Llegarán?».

El abandono secular del ferrocarril o la votación injusta y cobarde de un jurado musical como eje de unión del oeste español. A tanto llega la cosa con Tanxugueiras que, a pesar de que las Azúcar Moreno descienden de Badajoz y competían con las cantantes gallegas por ir a Eurovisión, el imaginario colectivo extremeño se ha emocionado con las cantantes de Galicia y las ha convertido en figuras emblemáticas del sentimiento de agravio que, cada cierto tiempo, aqueja a quienes están alejados de Madrid y de las decisiones de un poder siempre atento a la marea que nos lleva, sea esta de reggaetón o de perreo.

Hay en Extremadura un pueblo llamado Carbajo donde se celebra el magosto y un festival de música celta. En otro, Herrera de Alcántara, sostienen que allí se forjó la rejería de la catedral de Santiago. La localidad de Acebo, en la provincia de Cáceres, y Camariñas están unidas por el encaje de bolillos, aunque queda la duda de si fueron canteros gallegos quienes vinieron a Acebo y trajeron la tradición y la técnica de las palilleras o si fueron esos mismos canteros quienes, al volver a Camariñas, llevaron el encaje desde la Sierra de Gata hasta la Costa da Morte.

En esa misma Sierra de Gata, que separa Cáceres de Salamanca, lindando ya con Portugal, se encuentra la Galicia extremeña, es decir, el Val do Xálima. Es un paraíso natural formado por tres municipios, Valverde del Fresno, San Martín de Trevejo y Eljas, y habitado 4.000 vecinos. En este valle se habla A Fala, un dialecto en el que se mezclan el portugués, el leonés, el castellano y, sobre todo, el gallego, conformando un pequeño país lleno de bosques de carballos donde se comen bicas y cuya primera publicación en su lengua se editó en la editorial gallega Ir Indo.

Con estos antecedentes y el rey Alfonso IX de León, que es VIII en Galicia, reconquistando en 1229-30 Cáceres, Mérida y Badajoz y muriendo a continuación en Sarria, cuando regresaba a Santiago para dar gracias al Apóstol por sus victorias… Con estos antecedentes, digo, es lógico que el público futbolero extremeño aplauda a las Tanxugueiras, aunque sea un himno relacionado con el equipo rival, y también tiene su razón de ser que en el diario Hoy de Extremadura, la noticia de que Portugal se interesaba por Tanxugueiras haya estado una semana entre las más leídas.

Si Tanxugueiras hubiera ganado en Benidorm y hubiera representado a España en Eurovisión, nada hubiera sido igual y el grupo habría perdido el aura de sacrificadas por las exigencias de la música comercial e insustancial. Solo los derrotados pueden enarbolar la bandera de la injusticia y, aunque Tanxugueiras hayan sido prudentes y hayan huido del victimismo, da lo mismo, en gran parte de España las hemos convertido en el paradigma de la libertad oprimida.

Me llegan varios correos electrónicos desde Galicia pidiéndome que intervenga en el tema. La última es de José Adolfo Ferreira Fernández, se titula «Carta dun galego» y desde el primer renglón queda clara su indignación: «Aínda estou un tanto abraiado desde a celebración do Benidorm Fest, pois pasaron bastantes horas e incluso xa vamos para unha semana, pero como dicimos nós: aínda teño cara de bobo».

Hay una reacción nacionalista detrás de la irritación por lo sucedido en Benidorm, pero en la España interior, el nacionalismo gallego se entiende como el nacionalismo bueno, el que no molesta. Por eso, la revuelta musical ha calado hondo en el resto de España y ha tenido más repercusión popular que cualquier estudio canónico y serio sobre O atraso económico de Galiza. España es así y esta canción de Tanxugueiras, además, enraíza con las tradiciones musicales castizas de un estado cuyo himno nacional tiene una letra, lalalala, que parece extraída de su triunfo más brillante en Eurovisión: La, la, la de Massiel. Curioso país este en el que el tren extremeño en el Anxo Carro y Tanxugueiras en el Nuevo Vivero se consolidan como símbolos populares de la irritación de la periferia.