Pero la matriarca de la familia seguía pasando hambre en el Gran Hotel y Loli la justifica. «Es que le colocaban delante unos platos muy grandes, pero dentro solo había un trocito de carne, unas verduritas y unas patatitas y claro, así no se puede», pone Loli en solfa la cocina refinada de cinco estrellas, en la que cuenta tanto el continente como el contenido, algo que no podía satisfacer a una mujer acostumbrada a buenos cocidos y a generosos platos de carne ó caldeiro. Para más inri, cuando Loli recomendó a la mamá de Cuíña que pidiera más comida, la buena señora reconoció que le daba vergüenza y que no pensaba pedir más.
Aquello no podía seguir así y Loli tomó cartas en el asunto. Una de las veces que el todopoderoso hijo de la señora fue al Gran Hotel a visitarla, pidió entrevistarse con Loli, que dio audiencia al conselleiro Cuíña y, tras interesarse este por su madre y preguntar a mi quesera que cómo la veía, Loli le explicó que no estaba mal, pero que pasaba mucha hambre. Gracias a esa conversación, la familia Cuíña tomó la decisión de llevarse a la madre al chalé de San Vicente, la traían hasta A Toxa solamente los días que tocaba balneario y la señora fue feliz y quedó agradecida a Loli para los restos.