El chalé de Marcial Dorado

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

Hace 40 años, los narcos presumían de coche y casa, hoy prefieren disimular y pasar por austeros

25 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

A mi madre le gustan los chalés. Ahora ya no le llaman tanto la atención porque quien más quien menos tiene un adosado. Mi madre opina que un adosado no es exactamente un chalé, pero bueno, da el pego y, sobre todo, hay tantos ya en cualquier pueblo o ciudad que lo de los chalés ha perdido emoción.

Sin embargo, hace 30 años, los chalés, sobre todo los grandes y aparatosos, le gustaban mucho a mi madre. Era un gusto un tanto friki, pero a las madres nadie les discute las manías, aunque a veces nos parecieran un desatino como cuando un año decidió veranear en El Escorial, porque, decía ella, allí había muchos y muy buenos chalés.

No es de extrañar entonces que cuando mi madre, paseando una tarde de agosto por A Illa de Arousa, descubrió el chalé de Marcial Dorado, alucinara. Ni ella ni yo sabíamos de quién era aquel chalé, lo único que recuerdo es que a mi madre le pareció el mejor chalé que había visto en su vida.

A subasta

Ahora, a punto de cumplir los 92 años, cuando le recuerdo aquel casoplón que vio en A Illa, aún es capaz de describir su entrada y lo poco que pudo ver desde fuera. La otra tarde le comenté que iba a salir a subasta y un leve brillo en sus ojos me pareció el aviso de que me iba a mandar a comprar un décimo de lotería, pero no, se contuvo, pareció reconocer que, a su edad, no sería buena idea acudir a la subasta de un chalé y, eso sí, cuando le comenté que era de un señor condenado por narcotráfico, musitó un sinvergüenza muy sentido.

El chalé era hace 40 años el símbolo fundamental de que a uno le había ido bien en la vida. En segundo lugar, estaba el coche y después ya venían la ropa, los banquetes, las fiestas. Pero lo importante era la casa grande y el coche grande. Lo de la ropa era secundario y todos recordamos en Arousa haber visto bajar de un Mercedes inmenso a una señora en pantuflas porque lo de presumir por el atavío y los complementos se dejaba para la clase media con ínfulas, a los ricos de verdad les bastaba el coche grande y el chalé para demostrar quiénes eran y a dónde habían llegado.

Décadas de los 80 y de los 90, berlinas alemanas gigantes recorriendo las corredoiras arousanas para acercarse a la aldea a comprar el pan y pazos con piscinas climatizadas y palomares-bodega para ostentar y presumir. Nos preguntábamos entonces por qué serían tan tontos los narcos: en vez de disimular su riqueza ilícita, la paseaban por la comarca. Y cuando se le preguntó a alguno por esta sinrazón, aclaraban que, si no iban a poder presumir de pasta, para qué se iban a preocupar de ganarla.

Recuerdo que, en mi instituto, al cumplir los 18 años, algunos alumnos aparcaban junto a los utilitarios de los profesores bonitos Golf Cabriolet o Mercedes deportivos de color azul celeste. Aquella Vilagarcía en la que, para blanquear dinero negro, las Nike auténticas se vendían a mitad de precio y los zapatos Lotusse de lujo eran una ganga todo el año. Parecía que los narcos, en un acto de generosidad, hubieran decidido rebajar los símbolos de lo pijo para que la clase media también se beneficiara de su riqueza.

De aquellos chalés estilo Falcon Crest, no puedo olvidar el pazo de Bayón. Fui el primer cronista que pudo visitarlo para escribir un reportaje y me dejó anonadado su ducha de 34 pulverizadores de agua. No había visto nunca nada igual. El agua salía con un chorro a presión por aquí, nebulizada por allá, en chorritos por acullá. Qué pasada de scope, qué gran noticia de alcance. Unos pasan a la historia por haber descubierto el Watergate, otros por desvelar los papeles de Bárcenas… Mi gran exclusiva fue la ducha de Lureano Oubiña.

En los 90, presumir de chalé, de coche y hasta de ducha, te convertía inmediatamente en un sospechoso. En los 80, aún se podía sobrellevar esa sospecha pues no existía una conciencia social que detestara al narcotraficante, pero en la década siguiente, las cosas habían cambiado tanto que un amigo me pidió consejo sobre si debía comprarse un Mercedes o no. Tenía dinero para hacerlo y era un sueño que lo motivaba desde su infancia, pero sabía que en cuanto saliera de su garaje con aquella berlina alemana, lo iban a señalar con el dedo. Al final, se lo compró, pero tardó dos años en decidirse.

Democratizar el lujo

En el ámbito del lujo y la ostentación, la situación cambió a finales del siglo pasado. Los créditos fáciles para comprarse una vivienda y, de paso, con la misma hipoteca, un coche o la costumbre de ir a Alemania a hacerse con un Audi, un Mercedes o un BMW de segunda mano, democratizaron el lujo al tiempo que las nuevas generaciones de narcos aprendían a ser luteranos y disimulaban su riqueza. Incluso mi madre heredó una casita de campo, la convirtió en chalé y hasta le puso una ducha de mil grifos.