Gallos, toros y carabineros

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

ADRIÁN BAÚLDE

Las cenas navideñas traen doble dilema: qué ponemos de cenar y cómo nos organizamos

29 nov 2020 . Actualizado a las 12:25 h.

Confinamiento, cierre perimetral, aforos reducidos, pandemia, distancia... Demasiados meses ya sin poder viajar a Vilagarcía. Se acerca la Navidad y va a pasar un año sin ver a la gente que quiero. En otoño, al menos, combato la morriña en la pescadería. Mi pescadero de cabecera en Cáceres se llama Felipe Salgado y lleva toda la vida dedicado a esto. Paso cada semana por su tienda y me llevo a casa pescados y mariscos que son más memoria sentimental que alimento.

En la pescadería de Felipe tienen redecillas de navajas de A Illa a 18 euros el kilo, almejas, también de A Illa, a 14 euros la red. Traen unas de Rianxo, muy hermosas, que triunfan en los restaurantes locales y salen a 30 el kilo. Aunque lo que triunfan son los mejillones de O Grove, a 3.50 la redecilla, o sea, el kilo.

En la pescadería de Felipe hay un pescado que tiene un nombre muy singular, tanto que solo se llama así en Cáceres: toro de mar. En realidad, se trata del marrajo o tiburón, de cuya carne se cortan unos lomos que bien fileteados parecen bistés. Este pescado empezó a verse en el puesto de pescado de Felipe Salgado, en el mercado de abastos, allá por los años 20. Pero las señoras no lo compraban. Les daba no sé qué llevarse a casa unos filetes de marrajo.

Las pescaderas, que son pícaras y listas en Vilagacía, en Vilaxoán y en Cáceres... Es como si la picardía fuera inmanente al oficio, como si las pescantinas, sean de donde fueren, llevaran de serie lo de «ser listas coma un allo». Las pescaderas de Cáceres, digo, decidieron cambiarle el nombre a aquel tiburón de difícil venta y recurrieron al vocabulario taurino. En las corridas de toros, a los morlacos que arremeten contra el torero maliciosamente y a golpe seguro, se les llama marrajos. Ni cortas ni perezosas, las pescaderas asociaron ideas y cambiaron el nombre al tiburón marrajo de difícil venta. Desde entonces, hace ya un siglo, solo en las pescaderías de Cáceres se sirve un pescado llamado toro de mar.

En Cáceres triunfa el toro de mar y en Badajoz, el cazón. Este pescado era tan popular en Badajoz que un pescadero pacense se estableció en Vigo y se hizo rico contratando barcos enteros de cazón que desembarcaba y mandaba a Badajoz. Curiosamente, fue un pescadero de Badajoz el primero que empezó a filetear las merluzas y los abadejos en la plaza de abastos de Vilagarcía. Antes de él, si querías merluza, te la tenías que llevar entera. Después de él, ya se pudieron comprar dos o tres rodajas o media merluza.

En Cáceres, el rapante se llama gallo, tienen sardinillas, pero si pides xoubas, te miran raro, aquí las conocen al estilo Rías Altas y Asturias: parrocha. Y del abadejo no se tiene noticia, aquí triunfa el bacalao fresco. En Cáceres, en cuestión de crustáceos, tiran más al sur: el langostino fresco, la gamba blanca de Huelva, el carabinero... Gusta mucho el cangrejo para hacerlo con patatas cocidas. Se ve algún percebe a 90 el kilo. Son precios de esta semana. A partir de ahora, todo se disparará al olor de la Navidad.

Hablo con los amigos de Vilagarcía y todos tenemos el mismo dilema: «¿Qué haremos estas fiestas, cómo nos organizaremos para cenar con la familia?». El gobierno ya ha dicho que de seis en seis y a la una, a casa. ¿Pero qué seis? La primera reacción en mi entorno gallego y extremeño ha sido repartirse y cenar y comer por grupos. Es decir: en Nochebuena cena el primogénito y su familia con los abuelos, en Navidad cena la hija segunda, el tercero cena en Nochevieja y el cuarto come en Navidad.

En mi casa somos seis familias así que ya lo teníamos todo organizado para turnarnos con mis padres desde Nochebuena hasta Reyes: tres cenas y tres comidas, hasta que uno de mis hermanos, respetada autoridad en temas pandémicos por estar en el comité de sanitarios que controlan la cuestión de la pandemia en la provincia, nos demostró que éramos unos locos contradictorios. «O sea, para proteger a los abuelos, comemos y cenamos con ellos seis veces y los exponemos seis veces a riesgos. En realidad, no los estamos protegiendo a ellos, nos estamos protegiendo nosotros». ¡Cuánta razón! En vez de juntarnos todos una vez, nos juntamos con ellos seis veces.

Rechazadas las cenas y comidas por turnos, ahora estamos buscando una solución que no entrañe peligro pero al mismo tiempo sea entrañable. Es imposible. No nos da la imaginación. Y nuestra confusión es la misma que se adueña estos días de millones de hogares. ¿Cómo nos organizamos en Navidad? Gran pregunta, y para ella no hay ninguna respuesta sólida.

Que no vayamos

Los abuelos están asustados ante la situación, pero no se atreven a manifestar su miedo y su prudencia, no son capaces de decirnos que no vayamos, que no pasa nada por no celebrar una vez. Y si alguien razona con negro desparpajo que igual es la útima Navidad y cómo no vamos a estar juntos, los abuelos responden inmediatamente con negro humor: «A ver si por la manía de estar juntos una noche, nos contagiáis algo y entonces sí que va a ser de verdad la última Navidad».