Comer marisco o rezar al beato

J. R. Alonso de la Torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MARTINA MISER

La pandemia ha sustituido las excursiones a O Grove por los viajes a la tumba de Fray Leopoldo

11 oct 2020 . Actualizado a las 19:37 h.

Al llegar los meses con erre, el marisco se pone en sazón y las farolas, las marquesinas de autobús y los escaparates de las multitiendas de León, Zamora o Cáceres se llenan de carteles anunciando excursiones a la Festa do Marisco de O Grove. En esos pasquines, los organizadores de las excursiones echan el resto y decoran los anuncios con fotos espectaculares de langostas rojas emergiendo de una gran perola donde conviven con almejas, nécoras, mejillones y navajas. Estos viajes tienen un entrañable aire doméstico y están organizados por matrimonios emprendedores o señores de nombres castizos que funcionan como agencias de viajes caseras. No aparecen en sus empresas ni en sus ofertas palabras como holliday o travel, sino nombres sencillos como Excursiones Pedro y Mari, Autocares Luciano o Viajes Vicente.

Esos carteles indican cuáles son las tendencias turísticas populares de las provincias del interior de España, a saber: religión, comida y compras. Así, el destino estrella de invierno es Madrid: un centro comercial con pista de esquí artificial llamado Xanadú, la catedral de la Almudena, el monasterio de Santa Gemma Galgani y la capilla del Cristo de Medinaceli.

En estos viajes extremeños y castellanos, no falta nunca la excursión mensual al mercadillo portugués de Vilar Formoso, que se celebra los primeros sábados de mes en esta localidad fronteriza situada entre la Beira y Castilla y León y unida al pueblo castellano de Fuentes de Oñoro.

Vilar y Fuentes tienen una historia comercial fascinante. En los años 70, la cantinera de la estación de ferrocarril de Fuentes de Oñoro estrenaba coche cada año. Se lo regalaba la empresa Viuda de Solano en agradecimiento a las cantidades ingentes de pastillas de café con leche que vendía a los viajeros portugueses. El carnicero del pueblo también marchaba viento en popa porque vendía pies de cerdo a toneladas. Se los traían de Corea congelados en tráilers para que los portugueses pudieran preparar sus pezinhos con coentrada, uno de los platos nacionales lusos. Otro comerciante de Fuentes de Oñoro que hacía su agosto todo el año con la clientela portuguesa era el farmacéutico. Su producto estrella era el Ceregumil, un revitalizador que le llegaba en vagones de tren repletos del milagroso producto.

A los portugueses, les gustan mucho los caramelos, los reconstituyentes y los pies de cerdo, pero en cuestión de mercadillos, ellos son los maestros y los tres kilómetros de puestos de Vilar Formoso son cada primer sábado de mes una tentación de marcas falsas, capas recias, botas a medida y todo tipo de embutidos, quesos, semillas, gorros y gallinas de raza.

18 horas cargando la sombrilla

Al llegar el verano, leoneses y zamoranos organizan excursiones a las playas asturianas y los extremeños llenan autobuses hacia las playas de Cádiz en un viaje tremendo que parte a las seis de la mañana, para coger sitio en el arenal de La Barrosa (Chiclana), y regresa de madrugada: 18 horas cargando con nevera y sombrilla por media España para darse un chapuzón, tomar un rato el sol y comer con gusto filetes empanados y tortillas de patata.

Pero cuando empiezan los meses con erre, todo cambia y el excursionismo popular del occidente español pone los ojos en el mismo destino: O Grove y su Festa do Marisco. Los folletos de Vicente, Luciano y Pedro y Mari florecen en las farolas y la oferta es tan tentadora que uno piensa que es más barato montarse en un autobús con ellos que quedarse en casa.

El año pasado, por 200 euros, ofrecían viaje de seis días a las Rías Baixas con todos los traslados incluidos, cuatro noches de hotel, pensión completa, viaje en catamarán comiendo mejillones y asistencia cuatro jornadas a la Festa do Marisco. Las raciones de navajas y de nécoras corrían por cuenta del viajero, pero el resto estaba incluido en los 200 euros. Y claro, los autobuses se llenaban y los excursionistas, parejas mayores en su mayoría, ahorraban desde el verano para su viaje gastronómico de octubre.

Cuando la Festa do Marisco cumplía 53 años, el alcalde José Cacabelos y la concejala Emma Torres presentaron el festejo en Cáceres y aquello fue un éxito. Hubo discursos, proyecciones, demostración de cocina en vivo y degustación de un menú animado con vino albariño y centrado en las empanadas de zamburiñas y mejillones, los mejillones, las navajas, los camarones y el pulpo. Acabó todo con una tarta de almendra y una copita de aguardiente gallego. Aunque lo mejor, ya digo, es ver el nombre de O Grove en los escaparates de las carnicerías y en las marquesinas del bus urbano. 

Marisco laico o beato místico

Este año, sin embargo, no hay carteles. Tras un par de excursiones fallidas a Madrid y a la playa, los touroperators de barrio han eliminado el Marisco de su oferta y se ha impuesto un destino milagroso en el universo del turismo del pueblo: viajar a Granada para visitar la tumba de Fray Leopoldo de Alpendeire, el beato de moda, a quien el coronavirus ha elevado a un nivel de veneración similar al de San Antonio, San Judas o Santa Rita. Ya era muy popular como santo milagrero y conseguidor, pero la pandemia ha acabado de consagrarlo como consuelo de los afligidos hasta que llegue la vacuna y el marisco laico se imponga de nuevo al beato místico.