Llegan los policías de los acentos

AROUSA

MARTINA MISER

La pandemia ha descubierto que hay mucha gente con una vocación frustrada de policía

06 jun 2020 . Actualizado a las 15:55 h.

Para algo han valido tantos días de confinamiento: para constatar que hay muchas personas con una frustrada vocación de policía, a la que han dado rienda suelta sin rubor en cuanto han podido. Todo arrancó desde los balcones. Pobre quien tuviera que caminar por la acera sin el beneplácito del censor de turno. Insultos, amenazas, escupitajos... de todo había. Era como en el Far West: primero insultaban y luego, si tal, preguntaban. Y en muchas de las ocasiones la presencia en las aceras estaba más que justificada. El mismo que salía a aplaudir a los médicos a las ocho de la tarde lo insultaba a las once de la noche, cuando el galeno regresaba a su casa desde el trabajo. Desde distintas voces de la propia policía, la de verdad, se aconsejaba a los ciudadanos que en caso de duda se les llamara, que ya se encargaban ellos de sancionar si fuera menester. Pero, ¿para qué íbamos a llamar por teléfono si podíamos soltar un «ojalá te mueras» que nos iba a dejar mucho más a gusto?

La situación creció de tal forma que desde algunos sectores llegó a plantearse que los niños con autismo salieran a la calle con un distintivo azul. Solución que hubo quien aplaudió pero que a mí me recordó desde el primer momento a la insignia amarilla que los nazis obligaban a portar a los judíos.

Ya luego, en cuanto pudimos salir a la calle, esos policías de pacotilla trasladaron sus pesquisas, sus fotografías en las redes sociales, sus insultos a todo aquello que les parecía mal. Que era mucho y, en la inmensa mayoría de las ocasiones, injustificado. El fin del mundo iba a llegar por tu culpa, que no estabas haciendo nada mal, únicamente te habías cruzado con alguien frustrado y con demasiado tiempo libre.

Durante unos días hemos tenido una relativa calma, pero aquellos primigenios brutotes maleducados han mutado para convertirse ahora en los policías de los acentos. Si usted es, por ejemplo, extremeño, la ha cagado amigo. Aunque lleve viviendo diez años en Galicia, su acento le delatará y pasará a convertirse en serio candidato al destierro, o a la lapidación pública. «Los madrileños parece que somos la peste negra», contaba ayer en las páginas de La Voz una veraneante habitual de la Costa da Morte. «Muchos vecinos hacen llegar a las autoridades sus sospechas sobre la presencia de turistas de fuera de la provincia, aunque no suelen acertar», escribía Marta Gómez en la edición de Barbanza de La Voz del pasado domingo. Como vivimos en el mundo de los absurdos habrá quien le aconseje que intente disimular su acento, tal y como han hecho muchos gallegos durante tantos años en busca de una fama que entendían que así conseguirían más fácilmente. No lo hagan. Caminen con la frente alta. Pero con cuidado, los de las insignias amarillas están muy vivos.