El hombre tozudo al que todos querían

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

JUAN MEAÑOS

Daniel Garrido era un tipo de principios firmes que no se avenía a pactos ni componendas

29 feb 2020 . Actualizado a las 20:55 h.

Ha muerto Daniel Garrido, a quien tanto quería... A quien tanto queríamos. Daniel Garrido, el profesor, el director de instituto, el escritor, el poeta, el político, el hombre que nos desesperaba porque era constante hasta la terquedad defendiendo sus principios, que siempre eran los mismos porque Daniel no tenía otros ni estaba dispuesto a tenerlos. Esa firme defensa de aquello en lo que creía le había hecho sufrir mucho en esta vida porque hubo veces en las que no se doblegó, aunque muchos se lo pedíamos, y acabábamos enfadándonos, discutiendo, hasta despreciando su «quien resiste gana» para, al poco tiempo, reconocer que era admirable incluso en sus posturas más discutibles, esas que nos parecían extremadamente antiguas y castizas.

Pero es que Daniel Garrido manejaba con soltura y destreza el arma que mejor ayuda a defenderse en la jungla de la política, de la enseñanza y del periodismo: la ironía. Mira que me habré peleado con él de viva voz, de viva pluma y de viva discusión, pero siempre acabábamos riéndonos, vacilándonos y queriéndonos. La ironía como tisana que calma las tensiones, atempera las manías y dulcifica la acritud.

Daniel Garrido pertenece a una generación que vivió tiempos convulsos y contradictorios. Era hijo de un profesor represaliado, pero no siguió el camino lógico de quienes habían sufrido las maldades de la dictadura y acabó siendo concejal de Cultura y Educación del Partido Popular de Rivera Mallo, que, no lo olvidemos, protagonizó la etapa dorada de la derecha vilagarciana tras la llegada de la democracia.

Para la izquierda local, Garrido y su estilo de llevar la política cultural se convirtieron en el pimpampum de las críticas y los ataques al equipo de gobierno de Rivera Mallo. Pero allí estaba Daniel, con espaldas anchas y resistencia numantina, capaz de aguantar los ataques de Giráldez, de Gago, de Bandín, de Abuín, de Méndez, de la prensa local y de los profes reivindicativos del Instituto Calvo Sotelo, cuyo nombre no cambiaba ni por una apuesta.

Él creía que obraba correctamente y no se avenía a pactos, componendas ni equilibrios. Y ahí nos ganó porque aquellos que no se rinden, aunque la rendición, incluso la mera tregua, les procure beneficios y armonía, aquellos que no se rinden acaban siendo respetados y admirados. Y eso, respeto, cariño y comprensión, es algo que siempre suscitó Daniel Garrido en sus amigos y en sus contrarios.

Durante su mandato cultural y festivo, en Vilagarcía ocurrieron sucesos inauditos como que se celebraran corridas de toros, más bien novilladas, y que en esa misma plaza portátil actuara Mecano, entonces en horas bajas, pero Mecano al fin y al cabo. La verdad es que lo de organizar las fiestas, aunque fuera indirectamente a través de la concejalía, lo llevaba mal. En esa tesitura, hay que contentar a demasiada gente, ceder en demasiados detalles y para un hombre de principios férreos y tonterías, las mínimas, ese empeño era imposible, así que no lo pasó bien, padeció de lo lindo y acabó confesando que llevar la comisión de fiestas convertía los 15 días de San Roque en los peores de su vida.

Cuando dejó la política y se desligó de la dirección del instituto, empezó a disfrutar de la vida, de lo que de verdad le satisfacía: escribir y leer, desde poesías hasta himnos e historias de Vilagarcía. Durante los años que coincidimos en Vilagarcía, ya fuera en la política hasta el 86, después en la prensa y siempre en la enseñanza y la escritura, Daniel me enviaba sus textos y hasta discutíamos en los papeles públicos. Al venirme a Cáceres, seguimos manteniendo relación a través de las redes sociales.

De vez en cuando, sonaba el sintetizador que me avisa de los mensajes del Messenger y allí estaba un poema de Daniel sobre alguna cuestión personal y divertida o en torno a la última diatriba política. Recuerdo unos versos irónicos de 2014 en los que escribía en torno a un concurso de rock que había ganado mi hijo en Extremadura tocando un bajo comprado en Musical Duende. Decía así: «Querido José Ramón: / te encuentro ilusionado / porque tu hijo ha ganado / premios de interpretación / con el rock, que es su ilusión / y, si le gusta el trabajo / de hacer hablar a su bajo, / aunque parezca bajeza / no constituye vileza / aunque lo toque a destajo».

Cada cierto tiempo, me enviaba un puñado de versos. Me decía que no los publicaba para no herir a nadie, sobre todo a los políticos, que, aseguraba desde su experiencia, «son como niños». También me hacía llegar sainetes en tres actos y en verso, como uno protagonizado por Alfonso Guerra, que era sumamente divertido, y otro dedicado a Ruiz Mateos.

Con el paso de los años, sus escritos no dejaron de tratar los temas políticos nacionales ni de zaherir a los protagonistas de trapisondas, timos e imposturas, ya fuera la Visa Oro de los consejeros de CajaMadrid, ya fuera la Operación Púnica o las contradicciones que encontraba en la Tuerka televisiva de Pablo Iglesias. En nuestros últimos mensajes, yo le comentaba el calor que estaba pasando y él me respondía: «Pois vente para aquí, carallo». Para allá iré, claro que sí, pero no será lo mismo porque ya no estará Daniel para sumirme en la paradoja de desesperarme y quererlo.

Resistía los ataques de Giráldez, de Gago, de Bandín, de Abuín, de Méndez y de la prensa local

Me enviaba por redes sociales divertidos sainetes sobre Guerra

y Ruiz Mateos