El Brexit y A Illa de Arousa

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MARTINA MISER

En la isla gallega y en la isla británica, distinguen dos mundos: ellos y el Continente

17 feb 2020 . Actualizado a las 21:09 h.

La niebla de Londres, esa a la que llaman puré de guisantes, no era niebla natural, sino smog, una niebla tóxica muy peligrosa. Londres fue fatalmente neblinoso durante la época victoriana, cuando medio millón de chimeneas expelían un humo negro producido por el carbón de las estufas. Ese smog mató a 700 personas en 1873, incluidas 19 que cayeron al Támesis por accidente: no veían nada, se precipitaron al río y se ahogaron. En 1952, hubo una niebla tóxica tan extrema que mató a 4.000 londinenses de asma bronquial.

A finales de la década de los 50, la municipalidad de Londres prohibió el uso doméstico del carbón mediante la Ley del Aire Puro, llegaron las calefacciones de gas y la niebla mala, o sea el smog, contracción de los vocablos smoke (humo) y fog (niebla), desapareció de Londres. Perduró la niebla buena, la de siempre, la que solo lleva agua.

Fue esta niebla buena la que inspiró uno de los más famosos titulares de la historia del periodismo meteorológico. Apareció en el Daily Mail al poco de acabar la II Guerra Mundial. Con gruesas letras, se anunciaba en portada: «Niebla en el Canal, el continente aislado». En ese titular, que algunos atribuyen a un parte de guerra de Winston Churchill, se resume la explicación del Brexit mejor que en mil libros y artículos.

Muchos ingleses tienen un orgullo isleño que les impide reconocer la realidad y los empuja a apostar antes por lo emocional del imperio, la independencia y los valores tradicionales británicos que por la racionalidad del compartir y el ser más uniéndose a otros. Es un egocentrismo exclusivista, un sentido de diferencia despectiva que los empuja a preferir estar solos a estar acompañados. Es más, no hace falta creer que los otros países son inferiores, basta con sentir que los otros países son diferentes y con no desear mezclarse para no perder las esencias.

Cada vez que leo ese titular («Niebla en el Canal, el continente aislado»), recuerdo un cartel oficial que apareció en O Bao cuando se inauguró el puente de A Illa. En él, se distinguía una flecha señalando el camino del puente y unas letras que dejaban claro el destino de quien se marchaba: «Continente». Es decir, en las dos islas, la británica y la arousana, siempre se ha sabido que Europa se dividía en dos partes: una importante (Gran Bretaña, A Illa de Arousa) y otra secundaria (el continente europeo).

Estuve en A Illa el día que inauguraron el puente en 1985 y recuerdo alborozo, pero también protestas, guardias y manifestaciones de los isleños, que tenían una apariencia política y abstracta, pero la realidad era que, en el fondo, todo aquello del puente y de dejar de ser una isla orgullosa, un sitio distinto y aislado, era difícil de asimilar.

A mí me gustaba la isla sin puente. Puro romanticismo insensato. Me encantaba llegar al puerto en la motora o en aquella barcaza que tenía toda la pinta de haber participado en el desembarco de Normandía. Viajabas desde Vilanova con el fotógrafo de eventos, con la fruta, con el correo y con el trío arbitral que iba a pitar el partido del Céltiga. Una vez en tierra, no podías tomar café hasta después de comer, pero te servían un delicioso pulpo con patatas por encargo que aún no se había hecho popular (ahora, fuera de Galicia, la gente confunde el pulpo al estilo de A Illa con el pulpo a feira).

En Gran Bretaña, hay una Inglaterra abierta a todos, que se sustancia en Londres, y hay un mundo british auténtico y cerrado al que no llegan los turistas y que, desde su ruralidad y sus tradiciones, ha empujado el triunfo del Brexit. En A Illa hay dos mundos: el de Villa Socialista, O Bao con sus playas y el puerto de O Xufre con sus taperías, que se abre a los turistas, y el apretado caserío isleño, celoso de sus costumbres, su manera de vivir y su autenticidad.

Como todo el mundo sabe, A Illa ya tuvo su Brexit particular: fue un Illexit un tanto chusco y accidentado, pero Illexit al fin y al cabo. Porque en octubre de 1934, solo dos sitios de España proclamaron su independencia: Cataluña y A Illa de Arousa. En tres días, se lio parda: el viernes 5 de octubre de 1934 se sublevaron los mineros asturianos, al día siguiente, Lluís Companys proclamó la independencia del Estado Catalán, y el domingo 7 de octubre, los socialistas isleños, en lugar de descansar como manda el Señor, se reunieron en la taberna de Juanito O Nicho y proclamaron la República Federal da Illa de Arousa, cuyo primer gobierno fue escrito en papel de estraza, como se hacían las cuentas en los colmados antiguos, pero cambiando la relación de ultramarinos por la lista de ministros: Presidente: Santiago Otero Pajares, Ministro de Justicia: Andrés Mougán Tormenta, Ministro de Gobernación: Manuel Iglesias Dios...

El Illexit acabó tras desembarcar un destacamento de guardias de asalto, que detuvo al gobierno del nuevo estado. Su revolucionaria proclamación tabernaria no fue castigada por los jueces, pero varios ministros fueron fusilados en 1936 al comenzar la Guerra Civil. 86 años después, el orgullo isleño sigue vivo: ellos presumen de contenido y el resto, mero continente.