La risa que pone los pelos de punta

Serxio González, Javier Romero VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

MONICA FERREIROS

Su reputación de tipo frío y despiadado no le impide al capo de los capos tomarse a chanza las torturas que se le atribuyen

09 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Poco se puede escribir sobre Manuel Charlín Gama que no haya precipitado ya miles de líneas en negro sobre blanco desde que este hombre (Vilanova, 1932) fue detenido por primera vez en relación con un asunto de drogas. Aquello ocurrió en 1983 y fue breve. Lo suficiente como para que dedicarse a otra cosa ni se le pasase por el caletre. A sus 85 años Charlín es, sin duda, el epítome del capo gallego. Hay otros nombres legendarios en la ría, pero ninguno se sitúa, como el suyo, en la cúspide de un clan ramificado del que, como de un árbol de Navidad, cuelgan bolas con los rostros de hermanos, hijos, sobrinos y variada parentela. Las guirnaldas se estiran hasta una tercera generación, pero O Vello acaba de demostrar que, para hacer negocios, él. Y punto.

De orígenes humildes, el estraperlo de todo tipo de productos a uno y otro lado de la raia con Portugal le proporcionó sus primeros conocimientos. Después llegaron Terito y el tabaco, el humo del hachís y las aspiraciones de talco de la cocaína. El dinero a paladas. Y las complicaciones.

La operación Nécora no pudo con él, pero sí sirvió para que conociese a fondo los rincones de una celda. Es cierto que fue absuelto por aquello y que llegó a pisar de nuevo la calle. Pero lo hizo apenas durante seis días. Garzón y su gente lo hallaron oculto, en el gimnasio de su ya mítica vivienda de Vilanova. Fue así como engatilló prácticamente veinte años a la sombra. Hasta que el 19 de julio del 2010 fue puesto en liberad. Desde entonces solo la operación Repesca, que indagaba en la insólita buena suerte que acompañaba a su familia cada vez que se avecinaba un sorteo o una lotería, pareció capaz de devolverlo al caldero. No fue así, pero a cambio perdió el control de buena parte de sus propiedades. Entre ellas, la casa de Cálago que comparte con su hijo Melchor. Se decía en el 2014 que podría salir a subasta. «Non me preocupa, os meus avogados din que está todo prescrito», le confesaba hace un par de años a Susana Luaña. Charlín decía verse un poco más gordo que cuando paseaba por el patio carcelario de A Lama. «Antes me coidaba máis. Agora, cos viños...».

O Vello hablaba entonces con bastante retranca y una sensación de tranquilidad que, con el paso del tiempo, se ha demostrado infundada. Es cierto que se dejaba ver a menudo con una copa de albariño en la mano en este o aquel local de As Sinas o del centro de Vilanova, dispuesto a charlar con quien quisiese hacerlo. Pero en abril, hace solo unos meses, él y Melchor recibieron una impresionante malleira a domicilio. La paliza acabó con ambos en el Hospital do Salnés. También finiquitó ese halo de respeto que siempre había sobrevolado al clan. Él mismo lo alimentó como se hacen estas cosas, con hechos en lugar de palabras. Poco antes de que le rompiesen la cara, el patriarca rememoraba, al hilo de la serie Fariña, las tortura y el intento de asesinato del vallisoletano Suances, que quiso pasarse de listo, allá en los 80, y casi acaba tieso en el interior de un camión congelador, del que escapó por los pelos. El ex guardia civil Orbaiz, ya fallecido y seducido en época tan temprana por el reverso blanco, participó en aquello. «Levou hostias ata no carné de identidade», se reía Charlín frente a las cámaras. Como si nada.

Claro que en su debe se han trazado muescas mucho más sangrientas. A Baúlo, el Caneo, le costó muy caro irse de la lengua. Murió tiroteado sin contemplaciones. Quién iba a decir entonces que alguien se atrevería a abofetear al patriarca en su propio chalé. Claro que, pensándolo bien, los signos de decadencia se suceden desde hace algún tiempo. Esa acusación de abusar de una menor con discapacidad. Esos leones de escayola que custodian su portal. Este arreón que puede ser el último...