Para que Michal haga muchos más castillos

carmen garcía de burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

AROUSA

Carmen García de Burgos

El artista checo pasó muchos veranos en Cambrils, pero este año decidió cambiar Barcelona por Silgar

24 ago 2017 . Actualizado a las 10:20 h.

Vino a Silgar porque quería cambiar de playa. Llevaba muchos años primero viviendo y luego pasando los veranos construyendo esculturas de arena en el mismo sitio. Además, quería ver si en la niña mimada de Sanxenxo los turistas se portaban aún mejor que en la otra playa y le permitían dar una sorpresa a su novia, Sandra. La otra playa es la de Cambrils. Dice que cada vez que ve las imágenes del terrible atentado de Barcelona, el del paseo marítimo, identifica el lugar en el que pasaba los días y las noches custodiando su trabajo efímero hasta este verano. Cuando decidió cambiar.

Michal Kornas nació en un lugar complicado de la República Checa. Complicado por lo fácil que resulta en él acabar en la cárcel. Su madre murió cuando él era un niño y su padre «no era el mejor padre del mundo». Lo dice en siete palabras, y no necesita decir más. Su mirada y la forma de desviarla cuando habla de ello son suficientes. Sobre todo, por lo firme que mantiene los ojos azules en el resto de ocasiones hacia su interlocutor. Sus rasgos nórdicos hacen sospechar que no es español, y su acento lo confirma. Incluso cuando se mezcla con el andaluz que se le ha imprimido tras cerca de una década en Málaga.

Llegó allí tras varios años viviendo en Barcelona. Intentó huir de un futuro que amenazaba con oscurecerse cada día más escapando con un amigo suyo de su ciudad natal. No tenían ni 18 años y un conocido que se había ido a trabajar a la Ciudad Condal. Lo que imaginaban de ella era espectacular. Así que entre trenes y autostop llegaron a España. Para entonces habían perdido las señas de su amigo, y decidieron empezar su propia historia.

El primer trabajo que encontraron fue, «claro, el que no quieren hacer ni los españoles, en la campaña de la naranja». Cobraba muy poco y trabajaba mucho y duro, pero siguió haciéndolo hasta que se decidió a aprender un oficio, uno que no le destrozase la espalda. Y empezó a cocinar.

Estaba un día en la playa y vio al artista de arena con quien hoy comparte Silgar haciendo una figura espectacular. Y supo que él también quería hacerlo. Por entonces, el mítico escultor de la playa de la Madama ya tenía ayudante y no necesitaba más, pero Michal ya tenía claro lo que quería y comenzó a aprender con otros artistas.

¿Cuánto tiempo tardó en conseguirlo? «Todavía sigo aprendiendo, y voy a seguir haciéndolo cada día. Soy muy perfeccionista y no me quedo tranquilo hasta que todo está perfecto. A veces la gente me dice que le gusta mucho una escultura, que está muy bien, pero si le veo algún defecto, sé que no, e insisto», confiesa.

Lo hace de noche, sentado en una de las dos sillas de playa que tiene bajo la sombrilla que lo parapeta del sol y, a veces, de la mirada de la gente. Si Sanxenxo recibe cada verano alrededor de 100.000 turistas, los de este año han pasado, casi todos, por delante de él, y posiblemente una cuarta parte formen parte de los grupos y familias que cada minuto se detiene ante su castillo para sacar una foto, un vídeo, o lanzar monedas.

No tiene queja, dice. La gente es muy generosa y respetuosa, y además, asegura con el teléfono móvil en la mano, las predicciones dan ahora buen tiempo para el fin de semana, de modo que se va a quedar hasta el lunes. Y, es más, anuncia, alegre, que ha decidido que va a destruir el macro castillo de arena que custodia desde hace cuatro días para hacer una nueva escultura. ¿Cuál? «No sé aún, es sorpresa», responde, y sonríe mientras retoca con agua traída en cubos desde la orilla su obra actual. Es fácil verlo a cualquier hora del día o de la noche respondiendo preguntas de los curiosos, explicándoles todo menos su secreto para dar vida a esos millones de granos unidos solo por la fuerza del agua y las manos de Michal. Varias velas y antorchas de exterior terminan de convertirlo en magia.

Un conocido de un chiriguinto próximo le carga el móvil. Deja la conversación, y el bocadillo caliente que le espera envuelto en papel albal como cena, cuando recibe la llamada de Sandra. Se enamoró de ella en cuanto la vio. Ella era socorrista en Málaga y él estaba creando vida con arena. Y terminó el verano y ella tuvo que regresar a Mérida. A su padre no le hace demasiada gracia que Michal viva de pintar cuadros y moldear arte en invierno y de las esculturas de playa en verano, pero a estas alturas da la impresión de que ninguna de las partes puede evitar lo inevitable: el joven checo, de 35 años, fue hasta Extremadura a visitar a Sandra un año después, «y ya nos hicimos novios».

Ha intentado volver a trabajar de camarero, pero siempre le ocurre lo mismo: cuando pasan unos días, siente la necesidad imperiosa de salir a la paya y comenzar a moldearla. Entera. Como ella lo moldeó a él cuando decidió elegir que este verano, precisamente este, no volvería a Cambrils. Que este verano le toca a Silgar.