Con Santa Rita tatuada en el hombro

Rosa Estévez
Rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

Harta de entrar y salir del quirófano, Merchi le prometió a la santa que si se curaba, se hacía un tatuaje con su rostro

20 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Cuando necesites algo que te parezca imposible, pídeselo a Santa Rita. Pero si se lo pides, ofrécele algo a cambio». A Merchi, aquellas palabras escuchadas a su madre se le quedaron grabadas en la memoria. Así que, cuando una enfermedad persistente y ominosa la obligó a entrar varias veces en quirófano, habló con la santa. «Antes de la última operación le dije: si de esta me curo, me hago un tatuaje», le dijo. Y se curó. La infección que parecía que iba a acompañarla durante toda la vida remitió por fin. Merchi, que es una mujer de palabra, dejó pasar unos meses y, en cuanto se encontró repuesta de tanto exceso quirúrgico, se puso en manos de un buen tatuador. Y ahora lleva a Santa Rita en su hombro izquierdo.

Podía haberle ofrecido una misa, o unas velas. «Pero siendo por lo que era, tenía que ser algo más drástico», cuenta nuestra protagonista, 67 años repletos de energía y optimismo. «La primera vez que me operaron fue hace tres años, al día siguiente de Santa Rita. Aún me operaron dos veces más, la última también por esta época. Fue cuando le hice la promesa. Para San Roque ya estaba bien. Hasta fui a la Festa da Auga, aunque llevaba los drenajes puestos», recuerda Merchi. Luego, en diciembre, pisó por primera vez en su vida un centro de tatuajes. «La verdad es que siempre había tenido ganas de hacerme uno», cuenta. Claro que no contaba con que fuese una imagen de Santa Rita. «Yo pensaba hacerla como si fuese un colgante, pero el tatuador que recomendó que mejor que no». El antebrazo también quedó descartado. Y así llegamos hasta el hombro. Tocaba después decidir la imagen. El tatuador hizo un primer boceto, pero con él no convenció ni a Merchi ni a su hija. «Era demasiado exuberante, con muchos labios... Parecía una valquiria», recuerdan ahora. Así que bucearon en Internet buscando una imagen que se ajustase más a sus gustos y al misticismo de una santa.

«Y esta es», dice Merchi descubriendo su hombro izquierdo. En él, una mujer de rostro delicado vuelve sus ojos hacia lo alto. Tiene un gesto contenido, enmarcado por un manto oscuro. Su efigie se posa sobre una hermosa rosa encarnada. «La quería con algo de color, para que destacase», narra la mujer que ha convertido su piel en lienzo para esta obra de arte. Y nos explica qué hace esta flor ahí. «La rosa es una flor que está muy relacionada con Santa Rita. En la procesión siempre la llevan con rosas, que de regreso se reparten entre la gente».

«¡Santa Rita!», exclama, sin poder contenerse, la camarera de la cafetería en la que hablamos con Merchi. A esta se le dibuja una sonrisa de oreja a oreja al comprobar que se reconoce bien al objeto de su devoción. Hasta ahora, poca gente ha visto un tatuaje que no estuvo rematado hasta el pasado mes de marzo. Con la llegada del verano empezará a lucirlo. Sabe que habrá gente que la mirará de reojo. «Me da igual. Yo mando en mí, no tengo que darle explicaciones a nadie», replica, rotunda, Merchi. No es ella una persona a la que le importe el qué dirán. Nunca lo ha sido. «Se casó en los setenta vestida con un traje de pantalón y chaqueta, decían que el cura no la quería casar», cuenta la hija de nuestra protagonista, rebosante de orgullo filial.

Merchi se ríe al recordar la anécdota. Y, sin perder el buen humor, advierte que «a Santa Rita no hay que molestarla; tonterías las justas». «Aunque yo también le pedí cuando iba a hacer el carné de conducir... Y aprobé». ¿Y todo el mérito es de Santa Rita? «Y de que había estudiado, claro. Igual que la operación, que saldría bien por lo que saldría». Pero nunca está de más tener una buena abogada que atraiga a la buena suerte.