Escalando la vida tan bien como las montañas

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

AROUSA

CAPOTILLO

Dice ser conformista, pero quizás solo sea práctico: sabe aprovechar el momento y darle emoción al presente

07 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Se define como conformista. Pero uno duda que lo sea en todo el sentido del término. Porque señala el diccionario que conformista es quien se adapta con facilidad a cualquier circunstancia. Y José Juan Domínguez, escalador y guía de montaña, se lo piensa mucho para aceptar la entrevista que se le pide. No baja la guardia a lo largo de toda la conversación, ni siquiera cuando se le hace meterse en la piel del niño que un día fue subido a los árboles, algo que le entusiasmaba. Y, al término de la charla, apoyado en la barra de un bar, sigue rumiando si habrá hecho bien o no respondiendo a tanta pregunta. Acaba diciendo: «Asumo el riesgo, escríbela». Puede parecer una frase baladí. Pero sirve para conocerle bastante. Es analítico. Prudente. Reflexivo. Y generoso.

Viene con la idea de empezar hablando de algo que marca su existencia desde hace veinte años: la montaña. Pero uno le obliga a empezar por el principio. Viajamos a Vigo, a Coia, al barrio que le vio nacer. No recuerda excursiones al monte en familia, pero sí su afán por subirse a las ramas, trepar aquí y allá... Quizás era un preludio urbano del escalador de pared y monte que hoy es. Vino al mundo a inicios de los setenta, así que la fiebre de la movida viguesa le pilló todavía siendo un crío. Pero sí nació a tiempo de hacerse heavy. Era de los de Iron Maiden y Metallica tatuados en la carpeta del instituto; de los de pendientes de aro plateado y pelo largo, una herencia de la que todavía no se ha sacudido. «No me gustan las modas, la gente primero se deja el pelo largo, luego se tatúa, luego hace otra cosa... Yo me dejé el pelo largo una vez. Y así sigue», dice. Empezó a trabajar un día en Mos, en un almacén, y ahí se quedó 24 años. Uno le pregunta si era un oficio que le gustaba. Y ahí empieza a entender que se autodefina como conformista: «Me daba de comer, con eso era suficiente. No me rallaba pensando si me gustaba o no», afirma.

Hace algo más de dos décadas, se topó de frente con algo que le cambió la vida. De la mano del club Montañeiros de Pontevedra descubrió la escalada. De sus primeros pinitos recuerda que fue a hacer rápel a un puente en A Reigosa, en Ponte Caldelas. Y cómo, además de engancharse físicamente a las cuerdas, empezó a engancharse a la escalada, bien en la modalidad deportiva bien la clásica, a montaña abierta, cual droga total. Cuenta también cómo inició su formación, hasta convertirse en monitor de la federación gallega. En ese punto, uno no se resiste a hacerle las mismas preguntas que él lleva años escuchando. ¿Por qué asumir el riesgo de escalar una montaña cuando tiene una familia, un hijo que le espera en casa? ¿Por qué hizo algo bastante infrecuente en la escalada, como marcharse a Estados Unidos y subir en solitario la pared del Capitán, en el Yosemite, con el doble peligro que eso entraña, por la cumbre que es y por no tener a nadie al lado? Lo cuenta con serenidad, sin estridencias, y convence: «Al fin y al cabo todos necesitamos algo de aventura en la vida, algo de emoción que nos haga sentir, que nos permita estar vivos y superar los miedos a las caídas. A veces, cuando corres riesgos, cuando te ves en un apuro, piensas en que es la última vez, que no vuelves, pero luego regresas... Tiene algo de droga, es cierto», señala.

 

Hace algo más de un año, la crisis le llevó al paro. Fiel a su pragmatismo, hizo de la necesidad virtud. Decidió profesionalizar su pasión por la montaña. Estudió y ahora es guía nacional de escalada. Este verano llevó ya a varias personas a los Picos de Europa. A mayores, sigue vinculado al Montañeiros, dando clases para intentar hacer cantera en Pontevedra, y tiene más ocupaciones relacionadas con este mundo e incluso hizo guías sobre distintas rutas. Está intentando vivir de lo que tanto le llena. «Lo estoy intentando, me especialicé mucho y ahora estoy disfrutando de la docencia, de poder enseñar lo que sé», indica. Añade que no es fácil abrirse camino en un mundo así. Pero no hay duda de que lo logrará. Hablando de lo suyo, su solvencia es total. Es un jefe en cuestión de escalada. O mejor llamarle The Boss; que seguro que le gusta compartir apodo con Bruce, al que venera.