Un hombre atrapado en su propia casa

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

Antonio se compró un carrito eléctrico para poder salir a la calle, pero las aceras están llenas de obstáculos

06 ene 2016 . Actualizado a las 10:00 h.

La casa de Antonio parece estar a punto de ser engullida por el asfalto. Con el paso de los años, la pequeña vivienda unifamiliar que este hombre ocupa desde hace cuatro décadas se ha ido quedando por debajo del nivel de la calle en la que se asienta, en el barrio de Os Duráns. Frente a su puerta, una empinada cuesta de asfalto hace las funciones de una extraña acera y da cuenta, al mismo tiempo, de lo raras que son en ocasiones las cosas. Una pequeña franja de cemento separa la casa de nuestro anfitrión de la calle. La construyó él mismo, «hace ya mucho tiempo», y desde entonces nadie la ha tocado. Por ella solía salir Antonio a pasear hasta que la artrosis se le instaló en sus piernas y lo obligó a gastar muletas. Desde entonces, salir de casa se ha convertido en un viaje digno de un héroe, pues los obstáculos a sortear son muchos y muy variados.

Pongámonos en la piel de Antonio. Si abrimos la puerta de casa y seguimos su acera hacia la derecha, nos damos de bruces con una serie de escalones que parecen haber sido hechos sin ton ni son, fingiendo cumplir el expediente y salvar el desnivel. Probemos, pues, por la izquierda: a tan solo unos pasos, junto a un solar lleno de zarzas, dos columnas que quedan como recuerdo de una vieja casa se adentran en el recorrido y dificultan el giro. «Y luego están las zarzas. Las que están por abajo le rompen las medias a la gente, y a las que están por arriba hay que tenerles miedo, porque se te meten en un ojo y te lo quitan», dice Antonio.

A él, que le sigue gustando salir de casa y dar un paseo, «hasta Vista Alegre, o hasta el puerto», tantos problemas le cansan. Hace poco más de un mes decidió invertir unos buenos euros y comprarse un carrito electrico que hiciese el trabajo de sus piernas. Alguna vez lo ha sacado de casa, pero muchas menos de las que le hubiesen gustado. A fin de cuentas, el artilugio ni sube escaleras, ni atraviesa columnas de hormigón. Su salida natural, explica Antonio, es la cuesta de asfalto que tiene justo delante de la puerta de su casa. Sin embargo, pese a lo incómodo del lugar, son muchos los conductores que deciden aparcar en él sus vehículos. «Y no les digas nada, porque aún tienen más que decir ellos», explica Antonio. Así que muchos días a él le toca quedarse en casa, descansando y esperando a que llegue una ocasión más propicia para ir a comprobar si las cosas han cambiado mucho o poco por la localidad.

La huerta, cerrada

Al menos, podríamos pensar, a Antonio le queda la pequeña huerta que tiene detrás de su casa. No es un recinto demasiado grande, pero sí lo suficiente como para estirar las piernas y tomar un poco el aire. Pero ese espacio también está fuera del alcance de este viejo trabajador de Larsa. Su huerta está separada por un muro de un solar abandonado: un terreno en el que las zarzas y los matorrales crecen a una velocidad de vértigo, creando un ambiente más que propicio para que todo tipo de bichos aniden en él. Así que la propiedad de Antonio se ve invadida por ratones, ratas, lagartos y hasta culebras. «Tengo que tener la puerta de atrás cerrada siempre y bien atrancada. A veces la abro, pero tengo que estar pendiente para que no me entre nada en casa», protesta este hombre, que se ha cansado de presentar reclamaciones en el Concello para que alguien «haga algo».

Hace unas semanas, el Ayuntamiento procedió a limpiar parte de la finca. La maleza ha desaparecido de todo su perímetro, dejando al descubierto bolsas de basura, botellas de plástico y todo tipo de desperdicios que «en cuanto hace un poco de sol, huelen fatal», según relata Antonio.

Este viejo trabajador de Larsa lleva a la espalda la experiencia de 91 años. Tiene problemas de movilidad, pero le sobra carácter para clamar contra las injusticias.

Vive en Os Duráns desde hace 40 años. El suyo

es un barrio «muy tranquilo», pero extremadamente incómodo para moverse por él con seguridad