Vilagarcía se incendió bajo el agua

AROUSA

Una multitud tomó las calles de la ciudad para mojarse, y no precisamente con lluvia

17 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

«San Roque, san Roque, san Roque es cojonudo, como san Roque no hay ninguno». Con esta proclama tan poco ortodoxa arrancaba ayer al mediodía la Festa da Auga de Vilagarcía. En este san Roque no faltan ni las misas ni la procesión, pero no es precisamente la vertiente litúrgica la que prevalece el 16 de agosto en la ciudad arousana. Este día es, por encima de todo, el Día del Agua; una bacanal regada con líquidos de distinta naturaleza que comienza ya el 15 por la noche y que encuentra su punto culminante al mediodía siguiente. A esa hora, como manda la tradición, el santo peregrino atravesó el trecho que une la iglesia parroquial de santa Eulalia con la capilla a la que da nombre, a ritmo de pasodoble, y, tras el himno de Breogán y el confeti, el maná empezó a fluir. Se abrió la veda para un despiporre colectivo en el que el principal objetivo es mojarse, o mejor dicho, que le mojen a uno; vale cualquier medio: cubos y tarteras desde los balcones, pistolas da agua a ras de suelo y a manguerazo limpio desde cualquiera de los camiones cisterna y plataformas montadas en los alrededores de la plaza de Galicia. El personal no cesa en su letanía «¡Agua, agua, agua!», y los vecinos y los chicos de Protección Civil hacen lo que pueden para aplacar su sed. La fiesta volvió a ser multitudinaria, aunque -a falta de cifras oficiales-, ayer había la impresión generalizada de que hubo menos gente que el año pasado. Quizá la amenaza de lluvia que se cernía sobre el cielo arousano -finalmente las nubes fueron benévolas- cohibió a más de uno a la hora de lanzarse a la «zona húmeda». No es día de andarse con remilgos, pero los asiduos a la fiesta saben que, sin unos rayos de sol para calentar el cuerpo, el remojón acaba en tiritona y puede costar una pulmonía. De hecho, ayer se vieron menos bikinis y más chubasqueros que en otras ocasiones, aunque tampoco es que faltaran jóvenes exhibiendo sus torsos musculados, vaso de plástico en mano y gafas y gorro de colores flúor. Entre tanta humanidad, se encuentra uno estampas para todos los gustos: el que se disfraza de faraón del antiguo Egipto, otro que saca a Rajoy a pasear crucificado o la señora que se atreve con su paraguas a surcar un mar de camisetas mojadas. Hay talluditos que no faltan a su cita anual con el agua pero esta es, sobre todo, una fiesta para la juventud; para esa etapa en la que el cuerpo todavía aguanta lo que le echen. Agua sí, pero también alcohol, baile sin pausa y frío.

A las tres de la tarde hacía una hora que las mangueras habían cerrado el grifo y los servicios de limpieza del Concello empezaban a recoger la alfombra de plásticos, restos de comida e inmundicias varias que quedaba sobre el asfalto. Pero la fiesta se resistía a despedirse. En la calle de A Baldosa y al lado de la plaza de abastos, la música seguía sonando sin límite de decibelios y el personal apuraba la última caña antes de que las barras desaparecieran de la vía pública. Para entonces, la mayoría había emprendido su retorno a la normalidad: en casa, secos y descansando de una noche loca, o haciendo viaje de vuelta en los trenes que, en el día de ayer, no pararon de dejar y recoger gente en la estación de Vilagarcía.

La sed se aplaca con cubos, manguerazos y pistolas de colores

La Festa da Auga empezó por casualidad. Al calor de un 16 de agosto de los ochenta, a alguien se le ocurrió refrescar a los romeros que iban en procesión tirándoles agua desde una ventana y la extravagancia acabó convertida en Fiesta de Interés Nacional. No es el único evento dedicado al agua -en Vallecas y Parla tienen los suyos-, pero por la Meseta no están para derrochar H2O, así que es a Vilagarcía a donde hay que ir si se quiere acabar calado hasta los huesos. El que se aventura por la «zona húmeda» no llegará seco a su destino. Atacan por todos los flancos: desde las ventanas y desde las aceras, con cubos y pistolas de agua, y no falta el que se arma con el carrito de la compra y lo llena de capachos y garrafas. No hay compasión, así que mejor dejar el móvil y la cartera a buen recaudo en casa. La tecnología se puede proteger con bolsos impermeables, pero los carteristas trabajan en seco y en mojado. El parte de incidencias dejó un par de conatos de incendio, daños en el mobiliario urbano, alcoholemias y algún desmadre, pero el día acabó sin problemas graves.