El día en que Rockefeller se bañó en A Toxa

Rosa Estévez
rosa estévez O GROVE / LA VOZ

AROUSA

CEDIDA

El Gran Hotel fue la sede del encuentro anual del todopoderoso grupo Bilderberg. Durante cuatro días, el futuro del mundo se cocinó en O Grove

04 oct 2019 . Actualizado a las 12:04 h.

Podemos imaginarla de pie, junto a la barra, con la espalda bien recta. O sentada frente a una mesa, disfrutando cómodamente de su copa de vino. Nos faltan datos para completar una escena en la que, en cualquier caso, no puede faltar el gesto de sorpresa que los parroquianos del bar Padín debieron dibujar en su rostro cuando toda una reina, Beatriz de Holanda, entró en el local. Su alteza real, relataba entonces La Voz de Galicia, se había permitido «el lujo» de salir a pie de la isla de A Toxa y de dar un delicioso paseo hasta O Grove, escoltada únicamente por dos policías de paisano. Corría, ya mediado, el mes de mayo de 1989. Y en el Palacio de Congresos que corona la isla del Louxo se celebraba la conferencia anual del grupo Bilderberg.

Cien de las personas más poderosas del mundo habían acudido a la cita. Sus nombres suenan a dinero y a éxito. En A Toxa estaban, por ejemplo, David Rockefeller Sr, presidente del Chase Manhattan Bank y David Rockefeller Jr. Estaba también el exsecretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger y otro poderoso ex, el exsecretario general de la OTAN, lord Carrington. Había gobernadores norteamericanos, presidentes europeos, editores de periódicos tan poderosos como el The Wall Street Journal o el The Economist. Había empresarios como el presidente de la Fiat y había reyes, como Beatriz de Holanda y su esposo, el príncipe Claus.

«Magnates en el sentido más amplio y popular de la palabra, tienen pasmadas a las personas que tratan con ellos por su llaneza y cortesía», escribía en aquel momento para La Voz de Galicia Carmen Parada. El rey Juan Carlos, que actuó de anfitrión durante algunas de las sesiones de trabajo, subía y bajaba del Palacio de Congresos «al volante de su propio coche», según recuerda el ahora director del Gran Hotel, Francisco Marcos. Sofía, la reina, se emocionó cuando cuatro empleadas del establecimiento le entregaron un ramo de azahar como regalo por su 27 aniversario de boda. Beatriz de Holanda conquistó corazones al aguardar su turno en recepción para pedir pasta de dientes y al dedicar un buen rato a charlar con Erik, un camarero holandés que se había convertido en grovense por amor. «A la reina le hizo mucha gracia la historia», relataba el periódico.

Pero puestos a conquistar y a sorprender, David Rockefeller Junior se llevó la palma. «De su sencillez todo el mundo se hace lenguas. Él la achaca al carácter americano», dice una crónica de la época en la que se narra como el magnate se dejó ver «corriendo por la isla con el torso desnudo y pantalón negro, calcetines deportivos y zapatillas por todo atuendo».

Pero los integrantes del Bilderberg no habían venido a A Toxa a pasar unas deliciosas vacaciones de primavera. Todas las mañanas se levantaban temprano, y a las siete y media se reunían en el comedor para desayunar. Luego se ponían serios para abordar los asuntos que los habían traído hasta este rincón de las Rías Baixas: los cambios que se estaban produciendo en la URSS, la unión monetaria europea y la Alianza Atlántica. Sus deliberaciones habían obligado a convertir A Toxa en un auténtico búnker. «En el Gran Hotel han sido instalados sofisticados sistemas de comunicación, así como antenas parabólicas. Y en el Louxo, hay veinte teléfonos que con solo descolgarlos suenan en los puestos de control», relataban entonces los periódicos.

Días antes de que empezase el cónclave del Bilderberg, la isla había sido tomada por las fuerzas de seguridad. Las collareiras tuvieron que acostumbrarse a convivir con policías vestidos con chalecos antibalas y armados hasta los dientes que revolvían en sus cestos de conchas. Los periodistas, a ser «superidentificados». Los fotógrafos, a ofrecer sus equipos al hocico de los canes que detectan explosivos. Y los vecinos de O Grove, en general, al sonido incesante de las zódiacs y los helicópteros que vigilaban por mar y por aire todos los accesos a la isla.