Cintas doradas, alambradas con púas para que las aves no se posaran, petardos, incluso búhos de plástico -algunos hasta con sonido- a los que las palomas hasta parecían que acababan cogiéndoles cariño puesto que se posaban prácticamente a sus pies. Las soluciones que los vilagarcianos han buscado para intentar librarse de la molesta presencia son inversamente proporcionales al resultado logrado: un rotundo fracaso.
La preocupación de los vecinos por la plaga de las palomas era recurrente. Zonas como la plaza de A Independencia o el entorno de la iglesia parroquial estaban invadidas por las aves, que llegaban incluso a atreverse a nidificar en algunas terrazas. Los ciudadanos veían como los excrementos de los pájaros atascaban los canalones, lo que llegó a provocar más de una inundación.
El asunto provocó más de un dolor de cabeza al concejal de turno. De hecho, en el pliego de condiciones para la concesión del contrato del control de plagas que recientemente ha sacado el Concello de Vilagarcía las palomas aparecen como uno de las destacadas. Curiosamente, parece que ese grave problema de salubridad se ha solventado de manera natural.