Cien años en continua construcción

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

CEDIDA

Hace casi un siglo que se diseñó el actual puerto de Vilagarcía, pero las obras siguen

17 nov 2013 . Actualizado a las 06:50 h.

La historia del puerto de Vilagarcía, y en su extensión la del propio municipio, estuvo siempre condicionada por la falta de calado de la rada. Fueron esas carencias, entre otras, las que obligaron a trasladar la actividad portuaria de Carril a Vilagarcía, y fue también la falta de profundidad de las aguas lo que más tarde aconsejó su traslado a Vilaxoán.

Cuando el tráfico de pasajeros dejó al descubierto las estrecheces del muelle de Carril, Vilagarcía todavía se debatía entre su futuro comercial y su capacidad turística. El puerto ya tenía muelle de hierro, construido en 1893, y en los primeros años del siglo XX se levantó también el muelle de O Ramal, que tenía, como principal atractivo, el ensanche ferroviario que permitía trasladar las mercancías por tren hasta la misma rada. Y desde el año 1888 disfrutaba de la categoría de puerto de interés general, con todo lo que eso significaba y significa para la consecución de ayudas estatales. En 1900, por fin, se unifican las aduanas de Carril y Vilagarcía, y lo hacen a favor de la segunda.

Fue entre los años 1880 y 1903 cuando Vilagarcía registró el mayor crecimiento de su historia, tanto en lo que al empuje urbanístico se refiere, con la desecación de las marismas y el diseño de sus calles tal y como permanecen hoy en día, como en el desarrollo portuario. Pero en esas fechas surgió también otro macroproyecto que tendría entretenido por mucho tiempo no solo al municipio, sino a toda Galicia: la donación de la isla de Cortegada al rey para que se construyese en ella su residencia vacacional, lo que supondría el empuje definitivo de la Ciudad de Arosa, o lo que es lo mismo, la proyección -se podría decir que hasta internacional de la ría de Arousa- como epicentro del turismo de élite.

La primera vez que se planteó la donación fue en el año 1902, pero entonces Alfonso XIII era todavía menor de edad y hubo que esperar. El proyecto, del que formaban parte no solo los más influyentes empresarios de Vilagarcía sino también nobles y políticos de toda España vinculados a la ría de Arousa, se retomó en 1907, cuando el propio monarca insinuó la posibilidad de abandonar San Sebastián como residencia estival.

El fracaso de Cortegada

Lo demás, ya se sabe. La historia de Cortegada es la historia de lo que pudo ser y no fue, y tras la cuestación popular para comprar la isla a sus propietarios, la donación al monarca, el traslado de sus habitantes y la posterior ruina de casi todos ellos cuando quebró la Banca Deza, el rey decidió que se quedaba en San Sebastián y la Ciudad de Arosa naufragó.

Fue la estocada definitiva para el puerto de Carril, pero no así para el de Vilagarcía. Abandonado por necesidad el proyecto turístico, los prohombres de la villa se centraron en el industrial. «Vilagarcía devino comercial», que se decía entonces. Y puestos a dejar de hacer reales castillos en el aire, quienes entonces tenían algo que decir en la sociedad vilagarciana centraron sus esfuerzos en el problema real: el de la falta de calado.

Corría el año 1913, fecha de la fusión de los tres concellos, y la rada vilagarciana transportaba 7.540 pasajeros al año. El viejo muelle de hierro se hacía insuficiente, además de incómodo para el paso de vehículos, y los grandes buques, en realidad, atracaban en Comboa, ya que por los problemas de calado no podían hacerlo en la rada. Mercancías y pasajeros tenían que ser trasladados en barcazas hasta tierra. Se hacía necesaria una solución. Se barajaron dos posibilidades: un dragado que diese más profundidad a la rada, o un nuevo puerto en una ubicación más adecuada. Lo pedían, un día sí y otro también, tanto el Concello como la Cámara de Comercio.

El dragado se rechazó, ya que las corrientes y las mareas iban a aportar nuevos sedimentos de arena que obligarían a limpiezas continuas. Finalmente se optó por el traslado del muelle. La ubicación más apropiada era Vilanova, pero como los vilagarcianos no querían renunciar a su gallina de los huevos de oro, finalmente se optó por una solución salomónica y todavía hoy cuestionada: Ferrazo.