«El PCE me enseñó que hay que moverse para transformar la sociedad»

AROUSA

Enrolada en una célula comunista a los 15 años, Margarita se sintió defraudada por la política en democracia. Vilagarcía ganó una activista civil que ayudó a conseguir dos nuevos colegios

01 may 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Las personas se pueden clasificar de infinitas maneras. En un mundo como el nuestro marcado por la apariencia y lo efímero, un simple apunte puede acabar convertido en la única imagen con la que se nos recuerde. En el caso de Margarita Teijeiro Suárez ese trazo grueso dibujaría la silueta de un individuo inconformista, capaz de repudiar en la hoguera la doctrina de Lampedusa. Porque si algo ha demostrado esta vilagarciana de 56 años a lo largo del tiempo es su determinación de negar y cargar contra aquello que suponga cambiarlo todo para que todo siga igual. Aún a costa de ver desmoronarse edificios ayudados a construír con algo de su propia sangre, mucho de su sudor, y largas sesiones de lágrimas.

La infancia suele marcar a mucha gente. En el caso de Margarita Teijeiro lo que la marcó fue una adolescencia atípica. Tan particular como lo es el comenzar a cartearse con 12 años con un tío-abuelo político emigrado en Venezuela cuyo nombre «estaba prohibido en casa», recuerda nuestra arousana. Y es que su familia en Galicia poco quería saber de un hombre, Emilio Faro Piñeiro, que se casó con la tía-abuela de Margarita acusado de hacerlo por interés dada su modesta condición económica y los 25 años que ella le sacaba.

La significación política de aquel tío-abuelo, jefe de mantenimiento de los edificios del gobierno de Venezuela, tampoco hacía recomendable hablar de él en aquellos años 60. «Conseguí su dirección por un primo mío. Le escribí una carta. No recuerdo que le ponía, pero él me decía siempre que había quedado impactado». Y así nació una relación epistolar a casi una carta diaria.

A los 15 años la sobrina-nieta estaba ya madura para empezar a militar en el Partido Comunista de España. Y ese, confiesa, «es un hecho que me marcó».

Lejos del recuerdo romántico de muchos veteranos de la lucha política clandestina, Margarita, que vivió sus 15 años en 1969, «militaba con mucho miedo, en una célula en Vigo con otros dos compañeros». Su cometido era «el socorro rojo. Tenía que llevar una vez al mes un paquete a Rianxo que llegaba de Venezuela a Vigo. Lo llevaba a la casa de los padres de Jesús Redondo Abuín, que después sería secretario general de Comisiones Obreras de Galicia. En el paquete les venían jerseys, cola-cao, café, latas de cangrejo en conserva de los países soviéticos... y publicaciones del partido. Eran paquetes que enviaban los comunistas de latinoamérica para ayudar a las familias de presos en España».

Putrefacción de la democracia

La historia de Margarita con el PCE «tuvo dos partes. La primera, la de la clandestinidad, en la que estábamos muy unidos, pero se pasaba muy mal. Sobre todo, por lo que pudiera pasarle a la familia si caíamos. Y después, la de la legalización». Y es que la que llegó a ser secretaria de organización del PCE en Vilagarcía no tardó mucho en desencantarse del juego político en democracia. «La política entonces no tenía nada que ver. El partido nos obligaba a estar muy formados. Poníamos dinero de nuestro bolsillo y teníamos mucha ilusión. Ahora la política es un desastre. En la clandestinidad estábamos habituados a poder debatir. A partir de la legalización en los partidos de izquierdas el debate se castiga. Y eso es la putrefacción de la democracia».

La espalda de la sociedad española al PCE ya desde las primeras elecciones a pesar de que «sin nosotros el franquismo no habría muerto» también ayudó al abandono de la política de Margarita en el año 82, en la que además influyeron situaciones personales. No obstante, «guardo buenos recuerdos. Imborrables. Mi universidad en la vida fue el PCE. Me enseñó que hay que moverse para transformar la sociedad».

Sobre esta premisa, y habituada al trabajo del partido con el asociacionismo, la vida convirtió de forma natural a Margarita en una incansable activista social tras unos años sabáticos.

A mediados de los 80 «cuando vi que metían a mi hijo en un váter a recibir clase en el Anexo A Lomba» Margarita dirigió sus energías a la lucha por una educación digna en Vilagarcía. Junto con gente como Luis Robles, Mari Carmen Prieto, Álvaro Paz o Lolita San Martín «nos hicimos con el control del APA». Y desde ahí «formamos la Asociación de APAs do Salnés», aglutinando 21 asociaciones de la comarca.

La gran manifestación del 93

Entre los logros de los que se siente más satisfecha está el haber conseguido la construcción del colegio de A Escardia y del actual edificio del de O Piñeiriño. Y eso, a pesar de que «el Concello, con Rivera Mallo de alcalde, estaba en contra de contar con más colegios, mientras en A Lomba se usaban las cocinas y los pasillos como aulas».

Ante la negativa del conselleiro de Educación a recibir al colectivo Margarita y sus compañeros llegaron a intentar cerrarse en las dependencias autonómicas. Pero «mandaron a los grises y nos sacaron de allí a golpes».

De su labor en la Asociación de APAs do Salnés Margarita también se siente especialmente orgullosa de haber contribuido a «la manifestación más grande que hubo en Vilagarcía, el 28 de noviembre de 1993. Éramos entre 15.000 y 20.000 personas en la calle pidiendo una sentencia justa en la Operación Nécora».

A finales de los 90 los pocos históricos que quedaban abandonaron la asociación de APAs, «y se murió». Con sus dos hijos más crecidos el espíritu activista de Margarita la embarcó en una nueva empresa, dignificar el recuerdo de los asesinados en Vilagarcía por el golpe de Franco.