En 1967, Manuel Mougán abrió en Riasón un pequeño taller para construir barcos de madera. Ahora trabaja con su hijo en una nave que ha ido creciendo
20 jul 2008 . Actualizado a las 02:00 h.En un taller consagrado a la construcción de barcos de madera, sobran palos y sobran astillas. Pero en Riasón, junto al mar de A Illa, el palo y la astilla que buscamos tienen nombre y apellido compartido. Manuel Mougán Diz es el padre. Manuel Mougán Iglesias se presenta alargando la mano y diciendo: «Eu debo de ser a astilla». Y lleva razón.
Padre e hijo, además de compartir nombre, comparten también tiempo: los dos pasan largas horas en su taller dando forma de barco a ingentes lotes de madera. «Esto é carpintería de ribeira. A auténtica», dice el mayor de los dos. Lo dice ya hacia el final de la conversación, cuando se ha olvidado de que es el protagonista de una historia y se ha puesto a hablar con la afabilidad y la llaneza que -dicen los que lo conocen- lo caracteriza.
Su historia arranca muchos años atrás, cuando era un chaval de pantalón corto que se negó a seguir los pasos de su padre para convertirse en marinero. «Non me prestaba», recuerda. Pero, fuese en el mar o en la tierra, en aquellos tiempos había que trabajar. Y Mougán padre optó por cruzar al otro lado de la ría y meterse de aprendiz en un taller de construcción de barcos. Allí recibió sus primeras lecciones sobre los secretos de la madera y el mar. Pero mucho antes de que acabase de descubrir todo lo que ese mundo oculta, tuvo que volver a A Illa. Y, allí, en la huerta de su casa, construyó su primer barco. Era para la familia.
Han pasado muchos años desde entonces. Tantos, que de las manos de Manuel Mougán Diz han salido ya más de un centenar de embarcaciones. Barcos pesqueros, barcos bateeiros, y hasta un barco vikingo han nacido en el taller de Riasón. Buena parte de ellos han pasado también por las manos de otro Manuel Mougán, el hijo, que cuando acabó la escuela decidió plantar los libros y seguir los pasos de su padre.
Pese a ser palo y astilla, y pese a trabajar codo con codo, los dos aseguran que discuten muy poco. «Non hai problemas, temos unha boa relación», dice el mayor. Ambos se mueven sin tropezarse por una gran nave que empezó siendo un pequeño galpón. «Tivemos que ir ampliando pouco a pouco», señalaba Mougán Diz. Su hijo asiente. Él llegó al negocio cuando el taller ya había crecido, cuando la madera ya podía llegar hasta A Illa por carretera, cuando la electricidad era lo suficientemente estable como para no pasarse semanas a oscuras, cuando las nuevas máquinas permitieron dar un respiro a las manos castigadas por un trabajo puramente manual. «Antes había que cortalo todo a man, clavalo todo a man». Antes, en definitiva, el trabajo era mucho más lento, mucho más pesado.
Las máquinas lo han aligerado todo. Pero ni Mougán padre ni Mougán hijo olvidan el pasado: en la trastienda guardan las herramientas que ya han caído en desuso, testigos mudos de un tiempo pasado que, pese a lo que diga el dicho, no era mejor.
Pese a la llegada de las máquinas, las manos siguen siendo fundamentales para estos dos constructores de barcos. Y, tan importante como las manos, la cabeza. «Moito tiven que inventar eu cando empecei», recuerda el palo. «Moitas noites teño pasado en vela, dándolle voltas a como tiña que facer esto ou o outro», recuerda mirando a sus compañeros de tertulia. Y es que durante la conversación, el taller se ha ido llenando de gente. Gente que va a menudo «a mirar o barco que estamos facendo», según cuenta el hijo. Son un público agradecido, que no se pasa de listo y que reconoce el buen hacer de estas dos generaciones de artesanos. Su talento ha servido para que el boca a boca se haya convertido en su mejor publicidad. Y la calidad de su trabajo, en la clave para que «volva xente á que lle fixeches un barco hai vinte ou trinta anos». De esos galones, los Mougán lucen ya unos cuantos.