«En el primer parto que atendí, mi prima me dijo: 'Si un taxista en la Gañidoira puede, nosotras podemos'»

Lucía Rey
lucía rey VIVEIRO / LA VOZ

VIVEIRO

<strong>Coral, en su consulta privada (ya cerrada) con un coral que le regaló un paciente marinero</strong>
Coral, en su consulta privada (ya cerrada) con un coral que le regaló un paciente marinero PEPA LOSADA

La médica viveirense Coral Güemes, recién jubilada, ofrece un ameno repaso por sus casi cuatro décadas de carrera en la sanidad pública y privada

04 dic 2023 . Actualizado a las 22:04 h.

Como una metralleta que dispara cordialidad y buena energía a raudales, Coral Güemes Vázquez explica que comenzó a trabajar como médica a principios de los años ochenta, cuando la asistencia sanitaria en Viveiro y A Mariña era muy diferente. «Entonces, la gente era menos demandante de la sanidad. Venía solo cuando estaba mala. El hospital más cercano estaba en Lugo porque el de Burela aún no existía, y las ambulancias no tenían los medios que tienen ahora. ¡Tenías que jugártela para mandar a alguien a Lugo!», reflexiona una facultativa recién jubilada que nació en 1958 en Ourol, el municipio donde había nacido su madre, pero vivió su primera infancia en Zaragoza debido al trabajo de su padre, cuyos orígenes eran viveirenses.

De sus primeros años como médica recuerda también que algunos niños nacían de camino a la ciudad amurallada, a donde debían desplazarse las embarazadas para parir. «En el primer parto que me tocó atender, mi prima, que era enfermera, me dijo: ‘Si en el alto de A Gañidoira un taxista puede auxiliar un parto, nosotras podemos’», sonríe evocando unos tiempos en abundaban los médicos. De ahí que el 8 de agosto de 1988 —«¡Queda claro que el ocho es mi número favorito!», bromea— se animase a abrir la consulta privada que ahora también ha cerrado. «En la sanidad pública trabajé en urgencias casi 16 años. Después, cuando se abrieron los cupos de tarde en el centro de salud, empecé a trabajar de tarde y llegué a tener casi 1.900 pacientes», señala.

Su marido, Javier, que también es médico, y ella tomaron la decisión para poder atender mejor a sus dos hijos, que ahora tienen 28 y 18 años. «Uno trabajaba de mañana y otro de tarde, y las vacaciones las pillábamos por separado», expone.

11 o 12 horas diarias de trabajo

«Durante 35 años estuve trabajando 11 o 12 horas diarias, parando solo un rato a mediodía para comer, pero no me quejo porque lo hacía encantada. La medicina me divierte muchísimo. Me encantan la gente y mis pacientes. Todos tenemos cinco o seis ‘raritos’, pero no es la mayoría», indica Coral. Ya jubilada, ese aprecio mutuo es visible, puesto que antiguos pacientes la continúan parando por la calle para que los aconseje e incluso les revise los resultados de análisis. «Les digo: ‘Pero si tienes tu médico...’», sonríe una profesional que siempre ha dado gran valor al componente humano de una profesión que es vocacional.

«Dedicarle tiempo a una persona es terapéutico porque esa persona va a tomar menos medicación y va a venir menos veces», comenta una mujer cuyas colas en el ambulatorio de Viveiro solían ser considerables.

«Oficialmente, tienes 4 minutos por paciente y, como mucho, 10 si es algo grave. Pero a mí no me cuesta tirarme tres cuartos de hora con una persona, y a veces a las nueve de la noche estaba atendiendo a los citados de las seis y media. A mis pacientes les daba igual, estaban entrenados, y yo salía al pasillo para avisarlos de lo que había y de que les daba tiempo de ir a la compra o hacer algún recado», relata una facultativa que fue pionera, por ejemplo, en la instalación de un ecógrafo en su consulta particular. «Venía acostumbrada a usarlo en Madrid y lo tuve antes que el hospital de Burela», cuenta esta firme defensora de la Atención Primaria. «Queda muy bien en la foto inaugurar hospitales y algunos creen que en Primaria solo hacemos recetas, pero en ella se soluciona el 90% de lo que entra. Sin Primaria, la atención hospitalaria colapsa», concluye.

«En la sanidad pública llegué a tener casi 1.900 pacientes y no bajé nunca de 50 en un día, pero me divertía muchísimo»
«Siempre quise ser médica. Ya de pequeña lo mismo curaba perros, que gatos que personas, o que no pisaba hormigas»
«La pandemia fue como una película de virus. Tenía pacientes hipocondríacos con covid que estaban aterrorizados», Coral Güemes Vázquez, médica de Viveiro recién jubilada

«Llevamos 10 años quejándonos de que iban a faltar médicos, pero los que gestionan la sanidad son políticos»

La sanidad mariñana vive momentos convulsos por la falta de personal. Y esa es una de las razones que ha animado a Coral a jubilarse con 65 años. «En el centro de salud de Viveiro tendría que haber 11 médicos, pero el año pasado llegamos a estar uno por la mañana y uno por la tarde. El día que estábamos 4 y 2 estábamos encantados, y así no se puede. La sobrecarga es altísima, y tengo muy presente lo que le pasó a mi compañero, José Manuel Moreno [médico de Viveiro que falleció al poco de jubilarse]. Así que, después de pensarlo, decidí dejarlo ya», sostiene una profesional que tiene claro el origen de la crisis sanitaria actual. «Esto se venía venir. Llevábamos diez años quejándonos de que iba a pasar, de que iban a faltar médicos porque no se podían reponer solo el 10% de las jubilaciones, y pasó. Pero los que gestionan la sanidad son políticos», dice.

La pandemia, lo más duro

En relación con los momentos más duros de estas cuatro décadas, Coral no duda. «La primera vez que se muere alguien es tremendo. O los tiempos en los que íbamos a levantar cadáveres. Son situaciones de las que me acuerdo al pasar por algunos lugares», precisa. Sin embargo, añade: «Pero lo más heavy [duro] fue sin duda la pandemia. Venir al ambulatorio y que no hubiese nadie, y pasar el día llamando por teléfono a quienes tenían covid. No podías tocarle a una persona la barriga por teléfono, nos cambiaron 40 veces de protocolo... Aquello fue un caos, estábamos todos sobrepasados. Llegó un momento en el que prohibí a mis pacientes ver la tele, sobre todo a los que eran aprensivos, porque había que ‘encerrarlos’ 14 días en una habitación y la televisión, donde todo eran ‘todólogos’, que entendían de todo, los desquiciaba. Muchos pensaban que iban a morir».