Los Planetas devolvieron a la vida su oscuro y retorcido manjar pop

AL SOL

ANGEL MANSO

El grupo granadino brilló en la emocionante revisión de su disco «Super 8» en las fiestas de A Coruña

05 ago 2024 . Actualizado a las 11:23 h.

En aquella época inicial de Los Planetas, donde los directos caminaban por la cuerda floja y a veces terminaban en catástrofe sonora, el concierto que ofrecieron la noche de Reyes de 1995 en la sala Playa Club de A Coruña presentando su primer disco, Super 8 (1994), fue realmente extraordinario. Unas 150 personas contemplaron allí al que se iba a convertir en símbolo máximo del nuevo pop español. Una ráfaga de psicodelia oscura, radical y, por debajo de todo el ruido, extrañamente pegadiza. Planteaba una nueva era en la música nacional. J, cantante de la banda granadina, lo recordó ayer sobre el escenario. «Aquel día había unos cuantos menos que hoy», dijo entre risas. En el backstage aseguraba tener nítidamente en su cabeza el concierto: «No sabíamos tocar muy bien aún y hacíamos cosas que a veces si salía bien flipábamos. Aquel día pasó eso y fue tremendo».

Treinta años después de la edición del disco y 29 de esa primera incursión doble en Galicia (el día anterior habían estado en el desaparecido Planta Baixa de Vigo), verlos sobre el escenario de las fiestas de María Pita de A Coruña tuvo mucho de mareo, risa tonta y alma feliz. La banda que explotó en los noventa con ese oscuro y retorcido manjar pop, que poco a poco fue conquistando a los oídos más inquietos de una generación, se encontraba ahí. Recordando todo aquello que en su día nació subterráneo y escrito al margen del folio oficial del rock español. Ya habían actuado otras veces en espacios nobles de la ciudad -desde el escenario principal del festival Noroeste en Riazor al auditorio de Palexco-, pero esta vez, al apelar directamente a la juventud loca surgida en contraposición a los Manolo Tena y Presuntos Implicados que reinaban en la época, resultó todo más intenso. Simbólicamente. Y emocionalmente, también.

Porque, con el tiempo, Super 8 se ha convertido en el disco de la vida de muchos. Y un buen puñado de las 10.000 personas que acudieron al concierto ayer se colaron a las primeras filas con el corazón palpitante para escuchar todas esas canciones en fila, una a una y en el mismo orden del disco. Con la única excepción de la inicial De viaje, que sufrió los ajustes del principio, todo sonó a la perfección. Podría considerarse un oxímoron, pero lo cierto es que ayer el ruido planetario se expulsó con total nitidez. Con la banda estupenda, eso permitió que el paseo por el repertorio resultase especialmente gozoso. Desde el chispazo pop de ¿Qué puedo hacer?, que llegó como un pildorazo de excitación adolescente, a la angustia ruidista de “Si está bien”, pellizcando la fibra con su pregunta otrora juvenil y ahora ya sabemos que perenne («¿Y si todo es tan sencillo por qué este vacío que siento?»). Del perverso paisaje de humo guitarrero de 10.000 al vigoroso ejercicio de noise-rock de Jesús. De los pasajes de psicodelia viciada de En estos últimos días (con el añadido final de unos versos de J) a la joya eterna de las estrofas torcidas y los estribillos memorables de Briggite. Del marasmo narcótico y viscoso de Rey sombra, a la falsa placidez pop de Desorden. Y  ello, por supuesto, con una La caja del diablo final, amplificando en la plaza para todos los públicos aquella adictiva radicalidad que turbó a tantos en los 90.

ANGEL MANSO

Muchas de esas canciones llevaban desde 1994 y 1995 sin tocarse. Y con el tiempo Una semana en el motor de un autobús (1998) -más roquero, más definido, más accesible- acabaría por imponerse a Super 8 como el estandarte planetario. Cuando en el bis arrancaron con Segundo premio -recibida con el mayor entusiasmo de la noche- se vio claro. Al seguir con la coreadísima Un buen día, más aún. Porque el material de Super 8, pese a tratarse de algo esencialmente pop, 30 años después continúa siendo retorcido, inaccesible de entrada y extrañamente cautivador una vez se penetra en su bosque. Por ello, el devolver a la vida temas como En estos últimos días, Si está bien y 10.000, además de un afortunado viaje en el tiempo, supone el saldo de una deuda con aquellos jóvenes -hoy mirando a los 50, cuando no superándolos- abducidos por los círculos concéntricos del genial diseño que Javier Aramburu creó para el disco.    

Debe destacarse también todo ese apoyo visual, recreando la imaginería del disco y los sencillos y usando las tipografías noventeras que pudimos ver en los 90 en el Festival de Benicassim, la Sala Maravillas y la revista Spiral. Tics para fans de la época, perfectamente empastados en un directo inmejorable. En los bises rescataron Mi hermana pequeña y Nuevas sensaciones, temas de la época editados en single. Pusieron el lazo final a este regalo para los fans. Y la oportunidad para el público general de asomarse al mito indie. Quizá muchos se espantaron con los gloriosos minutos de ruido de la segunda parte de La caja del diablo. Pero hay canciones que nacieron así. En un «o lo tomas o lo dejas», Los Planetas de 1994 plantearon esa disyuntiva, creando algo trascendente, vital y eterno. Ayer lo recordaron en el (extraño para ellos) marco de unas fiestas de verano. Una deliciosa anomalía. Una provocadora gamberrada artística. Una extraordinaria manera de reivindicar un disco inmortal. Super 8, para algunos pocos muchos el mejor álbum de la historia del pop nacional. Ayer fue honrado por sus autores como se merecía.