De viaje en el tren transcaucásico

Brais Suárez
brais suárez TIFLIS /E. LA VOZ

AL SOL

B. Suárez

Arranca la travesía del corresponsal de La Voz entre vestigios cólquidas mezclados con los griegos y asirios

21 ago 2023 . Actualizado a las 11:58 h.

Punto de encuentro y de desencuentro. La cordillera del Cáucaso es una de esas fronteras impuestas por la naturaleza, una división incontestable de razas y territorios. Su silueta, con las cumbres más altas de Europa, es tan sugerente para la vista como para la imaginación: destierro de Lérmontov, punto de reflexión e inflexión para Tolstói, escenario de las crónicas de Dumas o de los encantadores relatos de Fazil Iskanker y las tenebrosas investigaciones de Politkóvskaya. Cuna del antiquísimo cristianismo armenio, de la ortodoxia georgiana, y donde la ortodoxísima Rusia se convierte al islam, desde los glaciares de Elbrús hasta los pozos petrolíferos del Caspio. Contradicciones que estallan en una personalidad frenética, repleta de divisiones que son a la vez riqueza y enfrentamientos culturales.

Las crónicas más antiguas diseñan un recorrido vertical, de colonos persas y otomanos desde el sur, o de rusos desde el norte. Ríos y montañas frecuentados por los ejércitos, como Pushkin retrata en su Viaje a Arzrum, pero que hace apenas un año cientos de miles de rusos recuperaron precisamente para no ser movilizados: paradójicamente, estos jóvenes atestan ahora Tiflis y Ereván, como sometiéndolas a una nueva ola de colonización pacífica.

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Sin embargo, poco antes de volar desde Lisboa, me encuentro en la Fundación Gulbenkian las crónicas de su fundador, el magnate del petróleo Calouste S. Gulbenkian, sobre su viaje desde Batumi hasta Bakú, un librito extraño, poético y erudito que se acaba convirtiendo en mi mapa cultural de la región. Un trayecto de oeste a este que deja patente cómo el comercio del petróleo rediseñó esta geografía hasta la actualidad.

En horizontal o en vertical, las exigencias geográficas, del comercio o la defensa explican el recorrido de los viajeros. Pero cuando uno aterriza a las tres de la mañana en la pequeña ciudad de Kutaisi es inevitable preguntarse qué caprichosa extravagancia está perpetrando. O de qué se ha vuelto víctima. El vuelo de cinco horas nos deja con una sensación de irrealidad en este aeropuerto con banderas de la UE en medio de una Georgia recocida por el verano. Al fin y al cabo, es también el comercio, el de las aerolíneas de bajo coste, el que moldea nuestro viaje, y mejor será tomarlo como oportunidad y no como castigo.

Así, el viaje empieza entre los vestigios cólquidas, que se mezclan con los griegos, romanos, escitas, asirios… Es la arquitectura, pero también estas lenguas de excéntricos alfabetos e incluso la gastronomía las que delatan la influencia de persas, otomanos, rusos… Y este batiburrillo de intereses ajenos marca también el reto para las próximas semanas: dilucidar qué son las actuales Georgia, Armenia y Azerbaiyán. El recorrido será ese tren lento y caldeado, que no parece haber cambiado mucho desde que Gulbenkian lo estrenara hace medio siglo y medio, de Batumi a Bakú.