Crónica de recuerdos

Mar Veiga Martínez

AL SOL

07 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Hoy, preparando el viaje, recuerdo con felicidad y cierta nostalgia aquellos que hacía en el coche de papá, un Seat 850 especial, blanco, de 2 puertas. Yo contaba con solo 6 años y ya era una aventurera. Era una niña muy feliz, y feliz hoy porque todo aquello permanece en la mujer que me he ido convirtiendo. Saliendo de Ferrol tomábamos la N-550 dirección Santiago de Compostela con descanso en Órdenes, para comprar el riquísimo bizcocho en forma de seta. Una hora más tarde llegábamos a la ciudad del Apóstol. De obligado cumplimiento era dar os croques al santo, callejear por calzadas históricas y continuar el viaje. Más kilómetros y estábamos haciendo una visita a Rosalía en Iria Flavia, Illa de Arousa, A Toxa y parada en Cangas para visitar a nuestros familiares y su fábrica de conservas.

Al llegar la noche terminábamos exhaustos, aunque yo de eso no tengo mal recuerdo, al contrario… A mi padre le encantaba tirar millas, como él decía, y nos pasábamos el mes de agosto viajando. Sí, sí, siempre en el mes de agosto, el mes de vacaciones por excelencia. Por aquel entonces las nacionales eran tortuosas. ¡Toda una odisea el verano que mi padre decidía recorrer la costa! Malpica, Camariñas, Finisterre, Carnota… hórreos, faros, encaje de bolillos, pintorescos pueblos pesqueros, frente a un océano con poderío de leyendas. La costa gallega tiene unas características especiales. En pocos kilómetros se forman entrantes o salientes, según se mire, que dan paso para que aguas saladas y dulces caminen hacia el océano. En ese lugar la tierra abraza el mar, dejándose él abrazar por ella. Y es en el epicentro de ese abrazo, en la curva exacta, en el vértice del ángulo, donde se esconden rincones de gran belleza. En estos puntos kilométricos, había que circular despacito, claro, se acusaba en descenso la pendiente y llegábamos a un estrechísimo puente medieval de piedra. Mi padre reducía las marchas, creo que casi a la primera y la velocidad descendía al mínimo, todo ello sin dejar de contar historias. Yo escuchaba con extrema atención, admirando todo al paso con la nariz pegada a la ventanilla, cerca y lejos, esperando notar el impulso de la velocidad que iba tomando el coche tras cruzar el puente, pasar la curva y tomar ascenso. Como testigo, el mar tranquilo y generoso. Esos lugares existen para que podamos permanecer en ellos y cuando los hemos conocido se nos han quedado dentro. Es por eso que de vez en cuando me gusta circular por allí de nuevo, dejando que me acaricien los recuerdos… sumando nuevas experiencias. De mi padre aprendí, entre otras muchas cosas, el amor por los viajes. Los libros me contagiaron ansia de aventuras, pero sin restarles mérito, sin duda de quien más me sigo alimentando es de Galicia y su querencia.

Mar Veiga Martínez

54 años.

Ferrol.