Condenados a un papel secundario durante siglos, millones de afroamericanos celebran como un triunfo personal el acceso de Barack Obama al Despacho Oval
18 ene 2009 . Actualizado a las 02:01 h.Cuando el próximo martes Barack Obama suba las escaleras del Capitolio para convertirse en el 44 presidente de EE.?UU., sus pasos recorrerán el mismo camino que los cientos de esclavos que en su día ayudaron a construir el edificio. Será la culminación de una lucha que comenzó hace siglos, a la que el propio Obama hizo referencia la noche de las elecciones cuando mencionó a una mujer centenaria, Ann Nixon Cooper, nacida en los tiempos de la esclavitud. «Este es su sueño», dijo el nuevo líder norteamericano, que no dudó en incluir a la mujer en la lista de invitados para la investidura. Su presencia será también un homenaje a los millones de afroamericanos que estos días viven la victoria de Obama como un triunfo personal.
Personas como Fredric Rimey, quien a la edad de 18 años se dio cuenta por primera vez de que el color de su piel iba a suponerle un problema el resto de su vida. «Corría el año 1965 y vi en la televisión cómo apaleaban en el sur a un grupo de manifestantes negros solo por pedir el derecho al voto. Yo nunca había visto eso, vivía en Chicago y nunca hasta entonces había sentido el racismo». Esa misma noche tomó una determinación. «Le escribí una carta a Martin Luther King y le pedí que me dejara viajar con ellos en la gira que estaban realizando por Alabama». Su carta obtuvo contestación, pero solo con una condición. «Mis padres debían darme permiso, lo hicieron y nunca en su vida se arrepintieron de ello». A partir de ahí el resto es historia. Rimey, como muchos de sus compañeros, se convirtió en emblema de una generación que sabía que «cualquier paso atrás significaba perder la batalla».
Es precisamente por eso por lo que muchos de estos antiguos activistas consideran la victoria de Obama más como un trabajo colectivo que como un triunfo individual. «Porque sin el esfuerzo de millones de personas, él nunca hubiese sido capaz de llegar hasta donde ha llegado. Este cambio no se debe a una persona sino a héroes anónimos, a escritores, a políticos y si me apuras hasta a Michael Jackson», concluye Rimey con un cierto toque de orgullo en su voz. Ese mismo orgullo que le impide reconocer que ha viajado desde Nueva York a Washington solo para ver la toma de posesión.
Receloso cuando se le pregunta sobre el impacto que la presidencia de Obama tendrá sobre la comunidad afroamericana contesta que «la lucha no ha acabado», y recuerda que el líder ha hablado siempre de «ayudar a la clase media, pero la mayoría de nosotros somos pobres». Su coraza se resquebraja, sin embargo, si alguien le pregunta por el sueño de King. «Ese sí ha cumplido», asegura emocionado. En su opinión, «a partir de ahora cualquier niño de color sabrá no solo cuál puede ser futuro, sino también cuál ha sido su pasado».
Y es que más allá del folclore ideado alrededor del primer presidente afroamericano del país, la victoria de Obama podría servir también para reescribir una historia contada casi siempre en blanco. Se calcula que al menos 12 de los presidentes del país de las libertades tuvieron en su día esclavos a su servicio, muchos de ellos incluso mientras habitaban en la Casa Blanca. Con la rara excepción del legendario John Adams, quien durante toda su vida se opuso al tráfico de personas, los detalles de esta tragedia son sin embargo desconocidos en una nación que siempre ha preferido obviar este período. Tanto es así que incluso proyectos como el esperado Museo Nacional de la Esclavitud lleva años languideciendo por falta de fondos.
Ideado para ser erigido a las orillas del Potomac como un símbolo de la reconciliación, el proyecto recibe un nuevo impulso después de la victoria electoral de Barack Obama. El mismo que muchos afroamericanos sentirán el martes cuando puedan decir por fin que un presidente negro ha entrado en el Despacho Oval de la Casa Blanca.