Una ciudad de película con efectos especiales

INTERNACIONAL

En el barrio Roppongi, como en casi todo Tokyo, las avenidas están construidas en tres alturas, para permitir un paso más o menos fluido de los coches.

10 sep 2007 . Actualizado a las 16:57 h.

En el barrio Roppongi, como en casi todo Tokyo, las avenidas están construidas en tres alturas, para permitir un paso más o menos fluido de los coches. Las calles sufren así menos atascos que otras muchas ciudades infinitamente más pequeñas, aunque muchas viviendas están semihundidas entre los pilares de los viaductos. Aquí se concentran los bares y salas de fiestas, y los occidentales con ganas de echar la casa por la ventana. Hay que tener cuidado con lo que se pide: el precio cambia al mismo ritmo que los neones de las multinacionales, que usan como modelos de sus inmensos anuncios a estrella del cine de Hollywood. Se celebran campeonatos de ingesta de chupitos, a 1.000 yenes el trago. En el los adornos son sujetadores de mujer y corbatas de caballero. Quince chupitos seguidos dan derecho a quedar inmortalizado en una placa en el local. Los neones y la estética de los japoneses convierten a esta zona en un universo Blade Runner (película ambientada en un Los Ángeles imaginario, y un tanto pesimista, del año 2019), con estiradísimos edificios en los que los restaurantes y los bares se dispersan por las alturas, como oficinas. Sólo falta que los coches vuelen. Tokyo, uniforme en otros lugares, se transforma aquí en una comunidad multirracial. En el mismo barrio hay un local que sirvió de inspiración a Quentin Tarantino para una de sus escenas salvajes ?la pelea de los samuráis- de . El plato no es caro, pero es más platillo que plato, una especie de menú degustación que no provoca, precisamente, indigestiones, pero vale la pena conocerlo. La comida tiene nombres tan sugerentes como Tsuyobaki, Kakuni, Hokke o Sunomono. Aquí se pegó un festín hace poco George W. Bus, aunque el no se usa como reclamo. En las mismas manzanas se levanta uno de las obras descomunales financiadas por el archimillonario Minoru Mori, las Roppongi Hills (colinas Roppongi), de apenas cuatro años de vida en un barrio levantado hace una década. Los rascacielos, ahora seña de identidad de Tokyo, estuvieron prohibidos hasta 1964. Desde la planta 52 de las Roppongi (a unos 230 metros de altura) se puede contemplar la ciudad entera entre peceras, al son de música caribeña, mezclados entre hordas de turistas australianos, post-punkies nativos y decenas de empleados en permanente reverencia. Un Blade Runner total, con la sensación de que un rejuvenecido Harrison Ford puede asomarse en cualquier momento por la puerta.