Dos edificios contiguos en estado ruinoso se derrumbaron a primera hora de la mañana de ayer en el barrio de la Estación. Se trata de inmuebles de dos pisos que llevaban años abandonados. La reciente rotura de un trozo del tejado de uralita de una de las casas y la entrada por ese hueco de agua de las lluvias de los últimos días pueden haber acelerado el proceso de deterioro de los inmuebles, pero lo cierto es que hace tiempo que los vecinos temían que pudiese ocurrir algo así. A pesar de que la calzada quedó completamente cubierta de cascotes, no se produjo ningún herido.
Si no hubo víctimas fue básicamente porque el derrumbe ocurrió a las seis de la mañana y en ese momento no pasaba nadie por delante de los números 18 y 20 de la calle Rosalía de Castro. Ni había transeúntes ni circulaba ningún coche por este tramo de la calle, el que está más próximo a la plaza de la Estación. Iria Penoucos dormía en ese momento en su habitación en una casa cercana de la misma calle y el estruendo la despertó. «Pensé que era un terremoto, pero enseguida vi que no, porque el suelo no temblaba». El ruido duró entre diez y quince segundos. En cuanto terminó, se asomó a la ventana y no pudo ver más que una espesa nube de polvo que le puso perdida media habitación.
Sara Arias vive en el número 17, justo enfrente del edificio que se vino abajo. Solo se animó a bajar a la calle cuando, unos instantes después de cesar el ruido, oyó fuera la voz de la propietaria del restaurante cercano. En la calle pensó que era una suerte que no hubiese coches aparcados. «A outras horas -explicaba ayer por la tarde- sempre hai coches», sobre todo de clientes del restaurante y el bar que hay en esa calle muy cerca del lugar del derrumbe.
Cuando la polvareda se disipó, los vecinos comprobaron que las dos casas habían desaparecido. En la fachada que da a la calle solo habían quedado en pie parte de las paredes exteriores de la planta baja, las únicas construidas en piedra. El resto de la parte delantera, hecha de material de adobe, había caído sobre la calle, igual que el tejado y el interior de los dos pisos. Una montaña de tierra, grandes bloques de granito y vigas de madera ocupaba por completo la acera y los dos carriles de la calzada. Una viga de grandes dimensiones cayó en perpendicular al eje de la calle y fue a quedar a solo unos centímetros de la fachada de la casa de Sara Arias.
Los dos edificios ocupaban el solar completo, que por delante da a la calle Rosalía de Castro y por detrás a una vía muerta de la estación de ferrocarril. Los dos pisos de la fachada trasera se mantuvieron en pie.