Cinco atracos seguidos en un mes. Más de uno a la semana. ¿Con cuánta inquietud vive ahora el turno de noche en A Coruña? Hacemos una prueba sencilla en Cuatro Caminos, la parada en la que resistirá el último taxi sobre la piel de esta ciudad. Faltan diez minutos para medianoche:
-¿Me puede llevar a Penamoa?
El taxista, el primero de una larga fila que se mueve con bastante soltura, me mira una, dos, tres veces.
-¿Adónde dice?
-A Penamoa.
Pasarán tres minutos largos hasta que el hombre se decida, tras repetirme varias veces que no va de buena gana.
Me subo por la izquierda y me quedo sentado justo detrás del taxista. Se incrementa la tensión, que acaba por romperse cuando abro la cremallera del bolso para sacar el cuaderno, el bolígrafo y una tarjeta:
-¡Faga o favor e póñase á dereita, que non me gusta ter a ninguén á miña espalda. E menos estes días!
Fin de la prueba. Me identifico, me disculpo y le explico al taxista el asunto.
-Entón, ¿xa podemos dar a volta aquí?
-Cuando quiera.
Este taxista, que de regreso a la parada me explica cómo lo atracaron hace unos años a punta de cuchillo («Eu tamén me tirei do coche, como o do outro día»), será el único que me permitirá montar en su coche a lo largo de la hora y media que seguiré intentando, sin éxito, que algún otro taxi acepte mi oferta de viajar hasta el barrio coruñés de Penamoa. «No, yo no le llevo. Pregunte al de atrás». La respuesta es unánime en las paradas del Obelisco y de la plaza de Pontevedra, y se genera automáticamente a medida que los taxistas más alejados van observando cómo soy rechazado una y otra vez. Al final, siempre hay alguno que me cala y, con alguna prudencia, me dice: «No, tú no quieres ir a Penamoa. Preguntas con mucha educación». Y entonces se vuelve a destapar el pastel: «Casi todos somos empleados y nuestros jefes nos prohíben que subamos». A varios taxistas les pregunté si me hubieran llevado a algún lugar apartado, fuera de las carreteras más transitadas.
-Sin problema.
Incluso el primer taxista, el que aceptó el reto, asegura que me hubiera llevado a cualquier otro destino sin sospechas «Pero si me di Penamoa, xa sona un pouco mal». Este profesional con 25 años de experiencia admite que en el gremio «estamos vivindo cun pouco de psicosis. En xeral, nunca pensas que che vai pasar unha cousa destas, pero despois destes días, é verdade que estamos algo máis agarrotados».
A la una y cuarto de la madrugada doy por finalizado el experimento tras respirar una parte de la tensión con la que vive el turno de noche. Uno de los últimos taxistas que participan en la consulta comparte la inquietud generalizada, pero la relativiza con una de las claves del asunto: «Llevo 12 años haciendo el taxi y llevando a gente maravillosa». Un grano no hace molino. Ni siquiera cinco en un mes. Pero, al fin y al cabo, el miedo es libre.