El ex presidente del Gobierno vuelve a demostrar que tiene buena pluma, un fino sentido del humor, ironía en grandes dosis y la suficiente mala leche como para que su nuevo libro, «Pláticas de familia», resulte divertido, ameno y también tenga morbo.
03 may 2008 . Actualizado a las 16:51 h.Leopoldo Calvo Sotelo ya demostró con Memoria viva de la Transición (1990) que es un buen y a veces temible escritor. Ahora reafi rma esas cualidades en Pláticas de familia. 1878-2003 (La Esfera de los Libros), un libro cuyo núcleo son sus recuerdos familiares, con el que pretende quitarse «la imagen de distinto y distante» que muchos españoles tienen del que fuera fugaz presidente del Gobierno, cuya investidura interrumpió Tejero. Como él mismo dice, siempre que escribe le preguntan por la lista de agraviados, pero él responde sarcástico que «la gente siempre se siente más agraviada por el elogio corto que por la ofensa larga». Este madrileño de 77 años que afi rma que siempre se ha considerado gallego y confi esa su «pesimismo biológico» muestra en su obra una visión agria de la política. Para él, «los políticos de antes tenían más calidad».
-Calvo Sotelo es un apellido que marca.
-Qué duda cabe que llevar un apellido notorio significa alguna ventaja en la sociedad pero también algún inconveniente, porque uno es blanco de quienes no son partidarios de la política o de la persona que lo lleva. En política han sido más un obstáculo que una ayuda. El apellido está en la memoria histórica, sobre todo a partir del asesinato de mi tío José Calvo Sotelo, que fue un político beligerante muy de derechas, pero por el que siento veneración. Yo tuve problemas con un jefe del SEU cuando vine a Madrid a estudiar 5º de bachillerato en el Instituto Cervantes por llamarme Calvo Sotelo, porque la Falange era hostil a José Calvo Sotelo, al que veía como antagonista de José Antonio.
-Usted ha tenido que luchar para diferenciarse de las ideas de su tío.
-Se tenía la impresión de que quien llamándose Calvo Sotelo no siguiera exactamente la trayectoria, los pasos o las ideas de José era por lo menos desleal. Yo, para demostrar que eso no es así, recuerdo y reproduzo en el libro la carta que José Calvo Sotelo envió a Maura para expresar su desacuerdo con algunas palabras que había dicho mi padre, que había sido fundador del primer partido democristiano español, que en su opinión no estaban de acuerdo con la ortodoxia maurista. 'Yo no puedo responder de lo que dice mi hermano', afirmaba. Es una carta cariñosa y elogiosa para su hermano, pero quería decir simplemente que la coincidencia de apellidos no supone la de ideas. Yo he tenido otras ideas, que son mías y, sobre todo durante la Transición, tuve que hacerlas valer.
-Su familia se ha identificado siempre con posiciones de derechas, conservadoras o a lo sumo liberales.
-Pero mi familia ha sido muy variopinta, ha dado personas de ideologías muy dispares, desde el PCE a Fuerza Nueva, pasando por un tío abuelo mío, Adolfo Vázquez, el primero de la saga que se dedicó a la política en mil ochocientos ochenta y tantos, y que fue un anarquista que se tuvo que ir de España y fundó la masonería en Uruguay. Mi abuelo Ramón Bustelo era un liberal muy serio que defendía la supremacía del poder civil, algo de lo que me acordé mucho el 23-F. Yo les dije a mis hijos que no cayeran en la trampa vital de la política, pero cuatro de los ocho que tengo no me han hecho caso.
-¿Cómo se define políticamente a estas alturas de su vida?
-Yo ya no me defi no hoy porque ya no tengo la obligación de hacerlo, algo que libera mucho. Yo escribí una vez que «el fracaso en política es la libertad» y cuando fracasé, porque perdí las elecciones con el PSOE en 1982, me sentí libre. No quiero meterme en defi niciones, me siento encarcelado en ellas, pero es verdad que yo dentro de la UCD intenté empujar a la coalición hacia una posición liberal.
-De la lectura del libro se desprende que no tiene muy buen concepto de la política.
-Me apoyo en una cita de una carta de Marañón, aquel gran liberal, a Madariaga en la que calificaba de siniestra a la política; y también en lo que decía mi tío Joaquín Calvo Sotelo en tiempos del franquismo, cuando nos advertía de que cuando llegara la verdadera política veríamos cómo dividiría a las familias. La política es necesaria, pero es mala. Y la política puede dividir a las familias y separar a los amigos, sin duda. En la mía trajo divisiones.
-Usted perdió a su padre cuando apenas tenía siete años. Eso no se supera nunca, ¿verdad?
-Claro. Yo tuve unas vivencias muy reducidas con mi padre, pero me puse a investigar cuando encontré por casualidad en Ribadeo una carta por la que averigüé que mi padre fue candidato monárquico independiente en unas elecciones que no llegaron a celebrarse en 1931.
-En el libro hay muchas referencias al carácter gallego, la coña, la retranca, que le cuesta mojarse. ¿Se identifica con eso?
-No. Yo tengo mucha sangre gallega, tres de mis cuatro abuelos son gallegos y el cuarto, castellano. Viví en Ribadeo desde los 10 a los 15 años, una edad muy importante, cuando uno empieza a entender las cosas, a hablar de política o a oír a hablar de ella, a enamorarse. Luego he tenido una vocación por la claridad que no se les atribuye a los gallegos, a quienes se aplica ese viejo tópico tan poco gracioso que dice que no se sabe si suben o bajan por la escalera. Sí reconozco en mí el humor. Salir de una situación incómoda con una sentencia humorística es algo que he practicado y me ha aliviado mucho.
-Su obra transmite una imagen de usted mismo casi de rebelde, distinta de la que tienen muchos de usted.
-No encuentro que el adjetivo sea rebelde, independiente sí. Lo que me asombra es que haya podido desarrollar unas carreras política y empresarial brillantes pese a mi independencia.
-Usted cuenta cómo se quedó en la «puta calle» cuando dejó de ser presidente.
-Es verdad y cuento literalmente cómo fue. Fui a ver al presidente del Grupo Hispano Urquijo, donde había trabajado 25 años, para pedirle un despacho y a ser posible una secretaria en una sucursal, ni siquiera en la central. Este señor, que ya ha muerto y que estaba convencido de que Suárez y yo íbamos a meter a España en el comunismo, me dijo que no. «Todos los días se aprende algo y hoy he aprendido el sentido de una frase vulgar», le dije. «¿Qué frase es ésa?», me preguntó cayendo en la celada que le había tendido. «Lo dejaron en la puta calle», le respondí mientras me levantaba.
-Quiero saber su opinión de sus tres homólogos en el cargo. Empezamos por Adolfo Suárez.
-Es el mejor presidente que ha tenido España. Era un gran político, aunque no sabía idiomas ni de economía. Es el hombre que de verdad hizo la Transición, apoyado por el Rey, una transformación que parecía imposible. Recuerdo la claridad, la precisión y la alegría con las que nos dijo lo que había que hacer el día en que constituyó su primer gobierno, del que yo era ministro. En aquellos tiempos de incertidumbre aquel hombre tenía confi anza en sí mismo, alegría.
-Felipe González.
-Tuve una relación muy larga y buena con él, pero ahora no nos vemos mucho, y lo siento, porque anda mucho de viaje. He admirado su gran capacidad para la seducción y su dominio de todas las distancias. Es un parlamentario muy bueno y un hombre de mitin, un político de arriba a abajo. Ultimamente tengo la impresión de que está enfadado, desencajado, incómodo.
-Aznar.
-Le conocí cuando estaba en Alianza Popular, que no era especialmente amable con UCD, por lo que no tenía una presunción de simpatía hacia él. Sin embargo, pude comprobar que el PP no era exactamente una sucesión de AP y que Aznar, tratado de cerca, es un gran político, un hombre con grandes virtudes para mandar. Ha conseguido algo que le envidio, hacer un partido unido detrás de él, porque la UCD no era un partido sino un reino de taifas. Ha gobernado con mano fi rme y éxito medible, porque lo económico se puede medir, y también con acierto grande en política interior y exterior. Es cierto que España va bien. -Pero se ha agravado el problema territorial. -Ese problema me afecta mucho y sufro cuando leo la prensa todos los días. No es justo atribuírselo a Aznar. Creo que hay un deseo del PNV de dar ahora un paso defi nitivo aprovechando la transición en la jefatura del PP. La razón no es tanto Aznar como la marcha de Aznar.
-¿Qué piensa de lo que está ocurriendo en Irak?
-Creo que los norteamericanos han cometido errores. Tras el tremendo golpe del 11-S el grupo que está gobernando con Bush creyó que era necesario dar un golpe seco. Era lo que me decía a mí en otras circunstancias Pío Cabanillas, un gallego excelente y gran amigo mío: «Leopoldo, ahora hay que dar un golpe seco». Se ha ido por ese camino, pero se reconducirá. No tiene sentido marcharse ahora de Irak, hay que aguantar.
-¿Qué significó la Constitución? ¿Es partidario de reformarla?
-Significó un admirable consenso entre fuerzas muy dispares que nos ha permitido vivir mucho mejor. Volver a ponerla en la mesa de la UVI para hacer la disección del cuerpo de España no me parece oportuno. No porque la Constitución sea sagrada o intocable, sino porque en política la oportunidad es lo primero.